25 años de Amores Perros: Cómo González Iñárritu filmó la película que cambió el cine latinoamericano

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A 25 años de Amores Perros, Alejandro González Iñárritu explica cómo filmó la violencia de una ciudad que se devora a sí misma y transformó el cine mexicano.

Febrero de 2000. La industria del cine mexicano producía entre cinco y siete películas al año. Los mismos directores de siempre. Sabor nacionalista. Subsidios insuficientes. Con suerte, una llegaba a las salas. “Cada director que yo conocía en ese momento había hecho solo una película”, cuenta Alejandro González Iñárritu. “Y ya tenían 50 años. Una película se consideraba una oportunidad única, y más te valía asegurarte de poner ahí todo lo que tenías que decir”.

Amores Perros llegó en medio de ese paisaje anémico para enseñar que el cine mexicano también podía morder. Tres historias entrelazadas por un accidente automovilístico y perros que pelean hasta desangrarse. Ciudad de México filmada sin filtros ni nostalgia. Un joven de 19 años llamado Gael García Bernal que corre detrás de un Dodge RAM. Guillermo Arriaga que escribe un guion que mezclaba clases sociales como si fueran cables de alta tensión a punto de tocarse. González Iñárritu que debuta con una película de dos horas y 37 minutos que parecía filmada por alguien que no sabía que era su primera vez.

Amores Perros cumple 25 años y regresa a las pantallas de América Latina vía Mubi, que adquirió los derechos por una década y la lanzará globalmente en su plataforma el 24 de octubre. González Iñárritu, que ahora posee el 75 por ciento de la cinta después de nunca haber ganado dinero con ella, supervisó una restauración en 4K para el 20 aniversario junto al director de fotografía Rodrigo Prieto. Este mayo proyectó esa versión en Cannes, en la sección Classics, ante una sala repleta. Fue la primera vez en un cuarto de siglo que veía la película completa.

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Gael García Bernal en Amores Perros

25 años de Amores Perros: Cómo filmar una ciudad que arde

“No había visto Amores Perros completa en 25 años”, dijo el director en una entrevista Indiewire. La razón técnica: se filmó con bleach-bypass, un proceso de retención de plata que es corrosivo porque el metal queda en el negativo. Hubo que restaurar muchísimo. “¿Qué joven hizo eso?”, se preguntó mientras veía el material recuperado. “Y todo el esfuerzo que nos tomó a todos los que hicimos la película, la cantidad de trabajo, considerando el poco dinero que teníamos y tan poco tiempo. Lo que puedo decir es que quedé impresionado por el músculo. No se ha vuelto una película flácida”.

La película nació de un equipo que llevaba siete años haciendo comerciales y videos juntos. Ya eran sofisticados técnicamente cuando arrancaron el rodaje. “Todos éramos chilangos, así que sabíamos exactamente cómo huele y se siente esa ciudad”, explica el director. México D.F. era en ese momento un territorio de transición. “Había un nuevo gobierno que echó a la dictadura del partido de 70 años. Había esperanza y la sensación de que necesitábamos sacudir quiénes éramos, cómo hablamos de nosotros mismos, cómo nos vemos a nosotros mismos. Esta película llegó en el momento justo”.

El guion de Guillermo Arriaga: La gramática de la rabia

El guion de Arriaga era, según González Iñárritu, “increíble, sólido, complejo”. La cámara en mano de Prieto captura la violencia suburbana donde la pobreza no es pintoresca sino amenazante. La Ciudad de México que retrataba no era la de los murales ni la de las telenovelas. “Es una ciudad compleja con una cultura antigua increíble, con tradiciones visuales. Tiene el tercer mayor número de museos del mundo. Y nosotros éramos clase media, educados. Podíamos ver y observar: lo bajo, lo alto, donde fuera. Teníamos acceso a muchas cosas”.

Esa posición de observadores sin pertenecer completamente a ningún estrato es la que permite que las tres historias de Amores Perros funcionen: el delincuente de barrio, la mujer de revista, el vagabundo que alguna vez fue de izquierda. Ninguno romantizado. Ninguno condenado desde arriba.

Cannes rechazó la película para Competencia hace 25 años. Terminó en la Semana de la Crítica, ganó el Gran Premio, consiguió distribución en Norteamérica con Lionsgate y fue nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera. “Incluso cuando éramos una película independiente muy pequeña en una sección muy pequeña que ni siquiera es oficial, se convirtió en la película que todos querían ver”, recuerda González Iñárritu. Después vinieron Babel, Birdman y El Renacido, los Oscars, el reconocimiento. Pero en 2000 nadie sabía nada de eso. Era solo un grupo de gente filmando perros y accidentes con poco dinero y mucha urgencia.

Sueño Perro: Reinventar Amores Perros sin narrativa

Las dos horas y 37 minutos que dura Amores Perros se editaron de un millón de pies de material. “Eso significa que usamos unos 4,500 metros de película de 35 milímetros”, precisa González Iñárritu, “así que más de 300 mil metros quedaron afuera. Estaba experimentando con cámara en mano y lentes, y Rodrigo y yo estábamos en llamas”.

El director descubrió que ese millón de pies de dailies estaba almacenado en el archivo de la Universidad Nacional Autónoma de México. Empezó a explorar. “Era hermoso ver cómo, cuando empecé a ver todo lo que quedó afuera, cuántas películas había dentro de la película, y mirando este material con una nueva mirada. Cuando estaba editando, estaba mirando con la función de encontrar las piezas del rompecabezas para servir a la narrativa. Pero ahora estaba viendo el flujo y la belleza misma de las imágenes, entonces sin la dictadura de la narrativa, empecé a coleccionar. Y ese es el comienzo de esta instalación”.

La instalación se llama Sueño Perro y está haciendo una gira que empezó en la Fondazione Prada en Milán y LagoAlgo en Ciudad de México, y llegará en febrero a LACMA en Los Ángeles. Son proyectores de 35 milímetros en un laberinto de cuartos oscuros, proyectando material como linternas mágicas. “Es muy onírico”, describe el director. “La gente se conmociona porque no es un homenaje a la película. Es una resurrección. Es una reinvención en sí misma, y permanece completamente separada de la película”.

El material descartado revela otra Amores Perros posible. O varias. González Iñárritu trabajaba entonces –y sigue trabajando ahora– con un sistema de tarjetas para cada secuencia de una película. “Mi obsesión es el lenguaje gramatical del cine”, dice.

“Esas tarjetas integran todo lo que debo saber cuando llega cualquier desafío de la película: en crisis, en producción, en depresión. Esos son mis ladrillos que sostienen algo de claridad durante el rodaje, y me ayudan. Es un ejercicio que me toma días y meses completarlo, pero es una tarea que va profundo para que yo entienda con qué estoy lidiando. ¿Cuál es el propósito de la escena? ¿Cuál es el propósito de ese personaje, qué quiere el otro tipo, y cuál será el conflicto?”.

Esa obsesión gramatical explica por qué Amores Perros no se siente como un debut. La estructura de tres historias no es un truco narrativo sino una arquitectura pensada: cada una tiene su propia textura visual, su propio ritmo, su propia temperatura emocional. Cuando se cruzan no es por capricho sino porque González Iñárritu diseñó las colisiones con precisión maníaca. El accidente que une a los personajes no es simbólico: es literal, sucio, lleno de vidrios rotos y sangre.

Mack Books acaba de publicar un libro sobre Amores Perros que incluye un ensayo del director sobre cómo hizo la película, fotografías inéditas del set, ensayos críticos y documentos de producción. Es el tipo de objeto que se publica cuando una película deja de ser solo una película y se convierte en documento histórico. O cuando han pasado suficientes años como para que los involucrados puedan hablar sin la urgencia del momento.

El cine mexicano después de Amores Perros

En la proyección de Cannes, Gael García Bernal –que tenía 19 años cuando filmó Amores Perros– dijo entre lágrimas: “Es una película en la que todos fuimos transformados, e incluso la forma en que nos percibían en México, las películas fueron transformadas”. No exageraba. Después de Amores Perros vino una oleada de cine mexicano que no pedía permiso ni explicaba sus decisiones. Y más allá de México, toda una generación de cineastas latinoamericanos entendió que no había que esperar a los 50 años ni conformarse con hacer una sola película en la vida.

González Iñárritu acaba de terminar de filmar su primera película en inglés desde El Renacido de 2015: una comedia coral protagonizada por Tom Cruise, producida por Legendary para Warner Bros y fotografiada por Emmanuel “Chivo” Lubezki en 35 milímetros VistaVision. Debería estrenarse el próximo otoño. Mientras tanto, él y su esposa están tratando de decidir dónde vivir. Han estado en Los Ángeles. Filmó Bardo en México y vivió allá un año y medio. “Somos gitanos”, dice. “Es un momento difícil en el mundo, y esa decisión es importante para nosotros. Las cosas han cambiado mucho, como sabes”.

Veinticinco años después de Amores Perros, González Iñárritu sigue sin tener casa fija pero tiene una película que no envejece. Eso tal vez sea lo que significa hacer cine: construir algo que no necesita el contexto para justificarse. La violencia de Amores Perros no era denuncia social ni retrato costumbrista. Era observación en crudo, filmada por alguien que conocía el olor exacto de su ciudad.

Mientras el cine mexicano produce decenas de películas al año y los festivales pelean por estrenos latinoamericanos, aquella ópera prima sigue ahí: dos horas y media de perros, sangre y Ciudad de México filmadas como si no hubiera mañana. El resto fue aprender a vivir con las consecuencias.

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