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Crítica Thunderbolts*: La cicatriz interior

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En Thunderbolts*, Marvel abandona el espectáculo triunfalista para explorar los territorios del trauma y la depresión a través de sus personajes secundarios, atrapados en un universo que no les pertenece.

Ahora los héroes no vuelan: se arrastran, dudan, miran de frente el abismo. Muerto Iron Man, muerto el Capitán América y Black Widow, a Marvel solo le quedan los marginados. Thunderbolts* es la autopsia de ese universo cinematográfico que dominó la cultura durante una década. La forense: Florence Pugh, esa actriz convertida en la cara del existencialismo postmoderno, perfecta para una película sobre superhéroes en un mundo donde la verdadera villana es la tristeza, donde la depresión es un superpoder y el trauma es el traje de batalla.

Su Yelena Belova camina por los márgenes de un universo donde los grandes ya no están. Su hermana murió salvando el mundo y a ella nadie le dice cómo procesar ese vacío.

Trabaja como sicaria para la CIA liderada por Valentina Allegra de Fontaine (Julia Louis-Dreyfus haciendo de Selina Meyer con licencia para matar). Yelena salta desde edificios sin preocuparse demasiado si el paracaídas se abrirá o no. Es la primera que comprende la obscenidad de vivir en un mundo donde los dioses mueren pero las franquicias no. De estar atrapada en la secuela de una película que ya terminó. En cada salto hay una pregunta implícita: ¿vale la pena seguir cayendo cuando ya no hay una red abajo? ¿Qué sentido tiene seguir siendo personaje cuando ya no hay historia que contar?

Marvel empezó como una revolución y se convirtió en rutina. Thunderbolts* entiende ese agotamiento y lo convierte en tema. Es una película sobre el fin de una era, sobre lo que queda cuando la fiesta termina y hay que limpiar el desastre. En 2025, quizás el verdadero superhéroe sea aquel que acepte que nada volverá a ser como antes.

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Florence Pugh como Yelena Belova en Thunderbolts*

Thunderbolts*: La depresión según Marvel

Estamos ante un grupo de personajes secundarios, relegados, olvidados. El Soldado de Invierno (Sebastian Stan), que pasó de ser el mejor amigo del Capitán América a convertirse en un congresista incómodo e ineficaz. John Walker (Wyatt Russell), el falso Capitán América, ahora degradado a sicario gubernamental. El Guardián Rojo (David Harbour), una reliquia soviética que conduce limusinas para sobrevivir. Ghost (Hannah John-Kamen), una mujer que puede atravesar paredes pero no sus propios miedos. Todos ellos ahora deben enfrentarse a Bob.

Bob no es nadie. Bob es un tipo común con problemas de depresión y adicción al metanfetamina convertido en sujeto experimental de la CIA. Bob (Lewis Pullman, con cara de Bob) es ahora el ser más poderoso del planeta. Y también el más inestable. El director Jake Schreier construye Thunderbolts* alrededor de esta premisa: ¿qué ocurre cuando le das poderes divinos a un hombre que no puede lidiar con sus propios demonios?

La primera mitad de Thunderbolts* es una especie de thriller de espionaje donde cinco desconocidos descubren que han sido enviados a matarse entre ellos. Que tienen que colaborar para sobrevivir. Pero es la segunda mitad donde la película demuestra sus verdaderas ambiciones. Bob es el enemigo, pero también la víctima. Sus poderes se alimentan de la depresión –suya y ajena– y crean un efecto contagio. Cuando está cerca, todos sienten lo que él siente: desesperanza, vacío, la sensación de que nada importa. El equipo debe enfrentarse no a un villano tradicional, sino a la personificación de una enfermedad mental.

Los guionistas –Eric Pearson y Joanna Calo, que trabajó en esa obra maestra sobre la depresión que es BoJack Horseman)– retratan el trastorno con una sinceridad inusual para un blockbuster. No es un simple recurso narrativo, sino el centro mismo de la historia.

Porque Thunderbolts* es también la historia de Yelena enfrentándose a su pasado en la Habitación Roja. Los flashbacks no muestran nada romántico por esas espías asesinas entrenadas desde niñas: solo abuso, traición, dolor. La escena donde debe elegir entre matar a una amiga o morir es brutal en su sencillez. La Yelena adulta es una mujer rota intentando reconstruirse, descubriendo que tal vez no hay piezas suficientes para volver a estar completa.

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Sebastian Stan como el Soldado de Invierno en Thunderbolts*

La imposibilidad del heroísmo contemporáneo

La gran pregunta que flota sobre Thunderbolts* es si el Universo Cinematográfico Marvel puede recuperarse después de sus últimos fracasos (The Marvels, Un Nuevo Mundo, Quantumania). La película parece consciente de su posición en un imperio en declive y lo incorpora a su narrativa. Los personajes hablan sobre vivir a la sombra de gente más importante, de ser los que quedan cuando los verdaderos protagonistas se han ido. Y quizás esa sea la gran verdad del MCU en 2025: ya no hay héroes, solo sobrevivientes.

El género llegó para quedarse, pero su época dorada ya pasó. Ahora entramos en la fase donde los estudios intentan recuperar la magia original sin entender qué la hizo especial en primer lugar. Thunderbolts* es un producto de transición, un puente entre lo que fue y lo que vendrá. No puede escapar completamente de la lógica Marvel, pero al menos intenta algo diferente. Es una historia sobre héroes que nadie quiere, que nadie necesita. No hay gloria, no hay sentido de trascendencia. Solo personas rotas intentando seguir adelante, personas dañadas que encuentran algo parecido a una familia, no para salvar el mundo, sino para salvarse a sí mismos.

El MCU comenzó con Tony Stark, un fabricante de armas en busca de redención que creó su propio poder utilizando tecnología. Catorce años y treinta películas después, llegamos a Yelena Belova, una asesina entrenada que no busca redención sino supervivencia. La diferencia es que Tony podía esconderse detrás de su ingenio, su carisma, su dinero. Yelena no tiene ese lujo. Solo tiene sus cicatrices y debe aprender a vivir con ellas, a aceptar su pasado, a construir algo parecido a un futuro.

Thunderbolts* es una película sobre el después: lo que queda cuando los grandes héroes desaparecen. En definitiva, funciona como metáfora del propio Marvel: un gigante que alguna vez fue imparable y ahora lucha por mantenerse relevante. Un imperio construido sobre la ilusión de que todo está conectado, que todo importa, que todo tiene un propósito mayor. La verdad es que solo hay películas: algunas buenas, otras malas, la mayoría en el limbo del entretenimiento olvidable. Este grupo de antihéroes no salvará al MCU, pero al menos le da un respiro de dignidad. Y quizás eso sea suficiente por ahora.

Tráiler de la película:

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