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Morbius: Jared Leto y la sombra de un vampiro

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Daniel Espinosa dirige Morbius, un derivado del Universo de Spider-Man de Sony que se mueve entre el body horror, el pastiche y la intrascendencia.

Un vampiro de laboratorio no tiene el romanticismo de un vampiro clásico. Toda mitología termina donde empieza la ciencia. Y la presentación de Morbius en el Universo de Spider-Man de Sony es eso: una fórmula aplicada. La película no intenta actualizar al héroe trágico del gótico, sino que toma su iconografía para crear una figura monstruosa sin relieve. Es el paso de un ser maldito, sofisticado y orgulloso a un ser maldito, acomplejado y lleno de culpa. Si para Drácula la maldición era la eternidad, no poder morir, para Morbius el vampirismo es una maldición en sí, solo desea no matar. Es un engendro en la era de la corrección política.

Michael Morbius (Jared Leto) es un médico brillante y un paciente terminal. Tiene una rara enfermedad en la sangre, que lo obliga a hacerse transfusiones tres veces por día. Ya ha creado la sangre artificial, pero no ha encontrado la cura definitiva para su condición. Viaja a la selva de Costa Rica para recolectar a los únicos animales que han evolucionado para poder alimentarse sólo de sangre: los murciélagos. En su laboratorio trabaja para poder combinar el ADN fallado de su organismo con los anticoagulantes naturales de esos mamíferos. 

Ya es una eminencia científica que ha salvado miles de vidas, pero rechaza el premio Nobel por considerar que sus experimentos son un fracaso. En ese gesto hay menos soberbia que humildad: todavía está al borde de la muerte, al igual que su mejor amigo –e inversionista– Milo (Matt Smith). 

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Jared Leto en Morbius

La transformación de Michael Morbius

El prólogo de la película se toma el tiempo necesario para presentar a un Morbius convaleciente, estoico, enfocado en encontrar la cura a su enfermedad, con un amor imposible con su ayudante –la doctora Martine Bancroft (Adria Arjona)– y con una preocupación particular por una niña internada. Un hombre íntegro, en su pelea desigual contra la muerte, dispuesto a dejar la ética de lado para salvar su vida y la de los demás que tienen su mismo trastorno.

Pero para el Dr. Morbius, el antídoto es su condena. Se transforma en un vampiro con fuerza sobrehumana, que mata a la tripulación de mercenarios del barco donde se desarrolló la prueba final. Es un acto inconsciente, no controlado, impulsado por ver a Martine en peligro, pero que sirve para establecer su código de conducta altruista: no dañar a nadie más. La película rompe el drama existencial del personaje del cómic, que desangra a cualquier criminal a mano antes de convertirse en un antihéroe. Morbius evita tomar riesgos, al costo de hacer un relato sin complejidad, predecible y sin matices. 

Michael es menos un vampiro que un yonki recuperado, que toma sangre artificial para anestesiar su adicción verdadera. El contrapunto es Milo, que se transforma en un vampiro-dandy que disfruta de su salud sin ningún rastro de culpa por sus víctimas. Es un militante, que trata de convencer a Morbius de sumarse a la fiesta homicida. Leto hace un personaje que no conoce la emoción, dejándole al maquillaje y al CGI la diferenciación entre su estado crítico y su exceso de vitalidad. Smith le inyecta exaltación y resentimiento a un Milo que cree que el mundo le debe algo por haber nacido diferente a los demás.  

La figura paterna que media entre ambos es Emil Nikos (Jared Harris), el médico que los trató desde niños. Un personaje sin desarrollo –como la doctora Bancroft– que sirve como autoridad moral sacrificial incapaz de cambiar la nueva voluntad de poder de Milo.

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Adria Arjona como Martine Bancroft en Morbius

Morbius: el vampiro sin gore

El guion de Matt Sazama y Bruck Sharpless (Dracula Untold, Gary Shore, 2014, Gods of Egypt, Alex Proyas, 2016) es protocolar y ordenado –el flashback de la infancia cuando los amigos se conocen en un hospital, el bullying que sufre Milo por su condición, el romance con beso incluido entre Morbius y Martine, las referencias al Nosferatu de Murnau y a la mitología vampírica en clave de humor– pero carece de toda sofisticación argumental para terminar siendo una catálogo de clichés vencidos de bueno contra malo. Una remake de Lestat y Louis (Entrevista con el Vampiro, Neil Jordan, 1994) sin elegancia y sin una dialéctica convincente que justifique sus posiciones.

Espinosa logró lo imposible: hacer una película de vampiros sin gore. El mundo de Morbuis es un mundo higiénico, de una verosimilitud forzada al extremo, que pone todo el peso del terror en la apariencia bestial de los antagonistas. Los efectos especiales hacen que por momentos la película vibre en tomas de acción que combinan el slow motion con la hipervelocidad y en el ejercicio mutante de Leto y Smith cuando no logran manipular su esencia vampírica. 

Morbius abre la puerta para el ingreso del personaje al multiverso del Spider-Man de Tom Holland y poco más: una película deslucida, que esquiva las connotaciones sexuales, políticas y existenciales de los vampiros para dar un retrato tecnocientífico de la lucha entre el bien y el mal.

Tráiler de la película:

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