Mickey 17: Bong Joon-ho y las políticas del cuerpo

mickey 17 critica
Mickey 17 es una parodia política, una fábula distópica y un circo de ciencia ficción, en la que Robert Pattinson muere una y otra vez en el altar del capitalismo colonial.

La muerte no es un accidente para Mickey Barnes: es su profesión. Cada vez que su cuerpo se desploma, cada vez que sus sistemas vitales se apagan, hay una máquina que reimprime su cuerpo, le devuelve la vida y los recuerdos. Mickey es un descartable: un ser humano reducido a una función, a un número. Mickey 17, la adaptación de Bong Joon-ho de la novela de Edward Ashton, filtra la crueldad del sistema a través de un hombre que muere para que otros sobrevivan.

La tecnología no libera, esclaviza. La bio-impresora es el útero mecánico de un capitalismo que fabrica trabajadores intercambiables. Un número no es un nombre: es una matrícula, un código de barras. Cada reencarnación marca un punto más en un ciclo que deshumaniza, que transforma la vida en un recurso descartable. Mickey ya murió 16 veces por un sistema que lo ve como un instrumento biológico para sus misiones suicidas, para contraer virus desconocidos, para pruebas de vacunas experimentales, para los trabajos que nadie más quiere realizar.

Bong Joon-ho convierte cada reencarnación es un acto de violencia. No solo física, sino existencial. ¿Qué queda de un ser humano cuando su individualidad se reduce a un modelo replicable, cuando su muerte se convierte en un trámite tecnológico? Cada muerte de Mickey es una declaración política que dice que en el capitalismo tardío los seres humanos son menos importantes que los algoritmos que los reemplazan.

mickey 17 2025 critica
Mark Ruffalo como Kenneth Marshall en Mickey 17

Mickey 17 y el espectro de Trump

Mickey 17 transcurre treinta años en el futuro, en una nave espacial que atraviesa el vacío hacia un planeta helado llamado Niflheim. Un grupo de terrestres dirigidos por Kenneth Marshall (Mark Ruffalo) busca conquistar el mundo inhabitado. O eso creen.

Porque Niflheim –nombre sacado de la mitología nórdica– está habitado por lo que ellos llaman creepers, unos seres que oscilan entre lo repulsivo y lo adorable, mitad trilobites, mitad bichos informes. Los humanos, con su arrogancia occidental, no buscan comprenderlos sino someterlos, con ese impulso colonial que ve lo diferente como una amenaza que debe ser eliminada. Marshall aplica la lógica del buen colonizador: es más fácil exterminar que entender.

El Marshall de Bong representa el rostro más obsceno de la derecha. La arrogancia de Donald Trump, la megalomanía de Elon Musk. Con sus fanáticos lobotomizados, su supremacía racial, su obsesión por crear un mundo “puro”, es menos un personaje que el arquetipo del líder mesiánico que sueña con purificar mundos mediante la conquista. La alegoría es tan directa que duele. Ahí están las gorras rojas, las muecas ensayadas, las promesas huecas, la poca imaginación. Marshall grita, gesticula, enseña los dientes: es grotesco. Y es peligroso porque pocos se resisten a los clichés, a la simplificación, al slogan.

Bong Joon-ho demoró el estreno de la película. El estudio no sabía qué hacer con ella: no querían que la fábula se adelantara a los hechos. Y la fábula se quedó corta, la realidad superó una vez más a la ficción: Trump ganó de nuevo las elecciones. Marshall quedó como una simplificación de un proceso que merecía más: una exploración de las razones, no un retrato de las consecuencias.

El líder es solo la superficie. Lo que importa es lo que no se ve: lo que hizo posible a este Ruffalo como espejo de Trump. ¿De dónde viene? ¿Por qué funciona? ¿Qué mecanismos hay detrás del hombre de la gorra roja que lo aplaude? ¿Cuándo empezamos a confundir liderazgo con espectáculo? Todo eso Bong no lo cuenta. Solo muestra al monstruo, no al doctor Frankenstein que lo creó. Ahí está el problema de Mickey 17.

Marshall es eso, nada más: el poder colonial con botox. El genocida con marketing y buenos asesores. El político fracasado que encuentra su segunda oportunidad en las estrellas. Y es poco. Es poco para un personaje que podría reflejar nuestro tiempo, explicar de nuestras miserias. El retrato de nuestras peligrosas fascinaciones.

La sátira necesita dientes afilados. No basta con señalar. La verdadera provocación es mostrar algo que no sabemos. De hacernos ver lo que no queremos ver. De obligarnos a mirar dentro nuestro y preguntarnos: ¿por qué seguimos a hombres como este? El Marshall de Bong se queda a medio camino entre la caricatura y la denuncia. Entre el entretenimiento y la política. Entre la risa y el grito. Algo que ya vimos demasiadas veces y ya no nos asusta lo suficiente.

mickey 17 critica pelicula 2025
Robert Pattinson como Mickey Barnes en Mickey 17

Robert Pattinson en Mickey 17: La rutina de la muerte

La dirección de fotografía de Darius Khondji y el diseño de producción de Fiona Crombie construyen un universo visual que es la materialización del agotamiento. Todo en Mickey 17 parece usado, reciclado, gastado. Los espacios son grises, los metales oxidados, las superficies tienen ese brillo sucio de lo que ha sido manipulado demasiadas veces. Cada plano es un tratado sobre la obsolescencia. Aquí nada parece nuevo, las cosas son apenas una variación de algo que ya existió.

Esta estética funciona como una metáfora de la película: un objeto producido en serie, sin originalidad, donde cada detalle parece sacado de otras narrativas de ciencia ficción. Terry Gilliam flota como un fantasma sobre cada escena, recordándonos que todo lo que vemos ya ha sido imaginado, impreso en celuloide.

Mickey 17 despliega su potencia cuando deja de ser un gastado dispositivo de ciencia ficción para convertirse en una reflexión sobre los límites de lo humano. Mickey no es un héroe, no es siquiera un protagonista en el sentido tradicional. Es un cuerpo, un territorio donde se disputan las coordenadas de la existencia contemporánea.

Robert Pattinson es ese cuerpo no para de morir. Se desplaza entre la muerte y la reanimación con una elasticidad casi obscena. Encarna a Mickey como si conociera los pliegues de la deshumanización.

Cuando Mickey 17 es dado por muerto y Mickey 18 es impreso demasiado pronto, la historia se enreda en un dilema existencial. Mickey 17, más dócil y complaciente, convive con Mickey 18, agresivo y narcisista. Pattinson logra algo que el guion no: dotar de profundidad existencial un concepto que habría resultado mecánico en otro actor. Sus Mickeys no son copias sino variaciones que muestran cómo un mismo código genético produce personalidades diferentes, desafiando esa idea de identidad como algo fijo, inmutable.

Su actuación es una exploración de los límites de la individualidad, que recuerda esos momentos de Philip K. Dick donde la identidad se fragmenta, donde el ser humano es apenas un conjunto de datos replicables.

mickey 17 2025 critica
Robert Pattinson como Mickey Barnes en Mickey 17

Mickey 17 es un tratado sobre la transformación del cuerpo humano en mercancía, sobre los límites de la identidad, sobre los mecanismos de poder que regulan la existencia contemporánea. Mickey muere para que otros vivan. Es un sacrificio sistémico, una función dentro de un engranaje más grande. Su muerte no es un accidente, es un método. Su vida no es una trayectoria, es un ciclo.

Desde Snowpiercer hasta Parasite, Bong ha perfeccionado su estilo de fábula política oscura. Mickey 17 se siente como un reciclaje de sus ideas más conocidas, sin la precisión ni la inspiración que las hicieron funcionar antes. Es entretenida, sí. Es ambiciosa. Pero también es un clon más en el mercado de las distopías prefabricadas, en la que Bong parece repetirse a sí mismo, atrapado en su propia impresora 3D.

Mickey 17 insinuaba ser una reflexión sobre la identidad y el transhumanismo, pero termina siendo exactamente aquello que critica: un producto descartable, reproducible, sin sustancia. Será consumida, olvidada, reciclada. Como su protagonista. Como nosotros.

La moraleja: morir muchas veces no significa renacer mejor.

Tráiler de la película:

NOTAS RELACIONADAS