El cine ha utilizado desde hace décadas este dispositivo: un personaje atrapado en un espacio mínimo, una cámara, presupuesto controlado. La economía de recursos seduce a los productores, el desafío narrativo entusiasma a los directores, la oportunidad de lucimiento atrae a los actores. Joel Schumacher lo hizo con Colin Farrell en una cabina telefónica, Willem Dafoe estuvo en un ático en Inside, y ahora le toca a Bill Skarsgård desesperarse durante noventa minutos dentro de una camioneta de lujo en Encerrado (Locked).
David Yarovesky lleva el thriller argentino 4×4 a territorio estadounidense, donde el contexto económico se convierte en el motor que empuja a Eddie Barrish (Skarsgård) a cometer el error fatal de meterse en la SUV equivocada. Eddie no es un criminal profesional: es un tipo común quebrado por la vida, por sí mismo, por el sistema, esa maquinaria que muele a los pobres mientras los ricos observan. Eddie es un delivery boy. Tiene su camioneta rota, un matrimonio roto, amistades rotas y una hija adorable que lo espera a la salida del colegio.
Y entonces ocurre: Eddie ve una SUV negra y reluciente. Prueba: está abierta. Sube buscando algo que pueda vender rápido. Las puertas se cierran. Una llamada y una voz que todos conocemos: Sir Anthony Hopkins, que no necesita aparecer en pantalla para construir un personaje. Su William es un villano económico: un multimillonario, enfermo terminal, que ha decidido dedicar sus últimos días a castigar delincuentes. Hannibal Lecter ha cambiado el canibalismo por la pedagogía del castigo.

Encerrado: El Crimen y Castigo del poder
Dos hombres, dos mundos. William es la voz del capital, del poder, de la clase que puede permitirse el lujo de tener principios porque tiene todo lo demás resuelto. Eddie es la desesperación cotidiana, es la supervivencia como único horizonte posible, es la imposibilidad de pensar más allá del próximo dólar.
La SUV –ese símbolo por excelencia del confort burgués, del aislamiento climatizado frente a un mundo hostil– se convierte en una cámara de tortura high-tech. William ha convertido su vehículo en una trampa sofisticada: seis cámaras de vigilancia, asientos electrificados, control de la temperatura interior, piloto automático. Es la Colonia Penitenciaria de Kakfa del 1%: la tecnología al servicio del castigo. La riqueza convertida en mecanismo de venganza. El capitalismo que ya ni siquiera disimula su sadismo.
Encerrado intenta construir un debate social. William, desde su posición de superioridad –moral, económica, tecnológica, incluso lingüística: Hopkins recita soliloquios sobre el bien y el mal mientras Skarsgård apenas logra articular su desesperación–, pretende dar una lección sobre la responsabilidad de cada acto. Habla de consecuencias, de victimismo, de lo que lo separa de gente como Eddie. El manual del facho globalizado. Su prisionero lo escucha mientras se deshidrata, se congela, se ahoga, recibe descargas eléctricas.
¿Qué clase de justicia es esta? Una justicia privatizada, una justicia do-it-yourself para millonarios aburridos con cáncer terminal. Una justicia que no busca reparación sino espectáculo, una justicia que no pretende rehabilitar sino humillar. La carne sufre mientras el capital juega. Los nuevos dioses viendo sufrir a los mortales en su pequeño coliseo portátil.
La idea del vigilante millonario que decide tomar la justicia por mano propia es un cliché desde Batman, pero Encerrado no busca originalidad en su planteamiento sino en la obscenidad con que expone las contradicciones de nuestro tiempo.

Encerrado: Vigilantismo 2.0
La Argentina de los últimos años exportó varios thrillers minimalistas que juegan con el encierro como dispositivo narrativo. Hay algo en el imaginario argentino que conecta con la idea del espacio reducido, de la movilidad limitada, del horizonte que se cierra. Metáforas de un país que desde 2016 vive en un ciclo de crisis permanente. Metáforas de un país donde murió el cine: en 2025 el INCAA no financió ninguna película.
El Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, que a pesar de toda su burocracia fue durante décadas el motor del cine argentino, quedó reducido a una oficina vacía por el desfinanciamiento impulsado por el gobierno de Javier Milei. Los guionistas de 4×4, Gastón Duprat y Mariano Cohn –que hicieron sus mejores películas con el apoyo del organismo y ahora hacen cosas como El Encargado para Disney– avalaron esta política. Metáforas de una país en el que los directores aplauden mientras les sacan la cámara.
Encerrado pierde buena parte del subtexto argentino para concentrarse en la eterna guerra de clases del capitalismo norteamericano, en ese abismo entre millonarios y trabajadores precarios, entre quienes pueden permitirse el lujo de la moral y quienes están demasiado ocupados sobreviviendo. Entre ambos no hay diálogo posible, solo un juego perverso de poder. La tecnología –esa SUV inteligente capaz de conducirse a sí misma, de administrar temperaturas extremas, de electrocutar a su ocupante– es la mediadora en esa relación asimétrica.
La película está más cerca de Saw que de Taxi Driver. William es una versión más elegante y desabrida de Jigsaw: un hombre que quiere forzar a otros a “redimirse” a través del sufrimiento físico. La diferencia es que Jigsaw ofrecía una salida a sus víctimas. William no busca el arrepentimiento. Eddie lucha contra la personificación de una ideología que ha decidido convertirlo en ejemplo, en chivo expiatorio, en espectáculo aleccionador. Su batalla es sobrevivir a un sistema que lo ha declarado descartable.
¿Qué nos dice Encerrado sobre nuestro tiempo? Nos habla de la desconexión entre clases sociales, de la imposibilidad de comprender realmente al otro cuando las condiciones materiales son distintas. William ve a Eddie como un símbolo, como un representante de todo lo que está mal en la sociedad. Eddie ve a William como una fuerza abstracta haciendo lo que siempre hacen los ricos: lo que quieren. Con impunidad garantizada.
Hay algo refrescante en la simplicidad de Encerrado: un hombre, un auto, una voz al otro lado del teléfono. El cine reducido a su esencia: conflicto, tensión, resolución. Pero también algo insatisfactorio en su falta de ambición, en que no intente sumergirse en las implicaciones éticas de su premisa. ¿Qué responsabilidad tenemos por nuestras acciones cuando las opciones son limitadas? ¿Es justo juzgar con los mismos parámetros a quienes tienen todo y a quienes no tienen nada? ¿Puede existir una moral universal cuando la desigualdad es tan marcada?
Yarovesky no es Kieslowski. Encerrado no es No Matarás. Aquí no se cuestiona la proporcionalidad entre el delito (entrar en un auto ajeno) y el castigo (tortura física y psicológica). Presenta a William como un monstruo, pero un monstruo cuya motivación parece diseñada para generar comprensión.
En definitiva, Encerrado son noventa minutos de angustia y claustrofobia. Un showcase para el talento físico de Bill Skarsgård y para la voz inconfundible de Anthony Hopkins. Un videojuego ético donde el jugador solo tiene permitido un movimiento: sobrevivir. No es una película sobre la derrota sino sobre la superación de obstáculos. Hollywood no puede permitirse que el pobre muera y el rico gane: sería demasiado realista.



