El Gran Viaje de tu Vida (A Big Bold Beautiful Journey) abre con un casamiento. No la boda de los protagonistas, ni siquiera la de personajes que importen demasiado. Es una excusa, un escenario, un punto de partida para juntar a dos desconocidos que pronto estarán atados a una aventura que no pidieron. David y Sarah se miran, conversan, tantean una atracción que todavía no es, bajo la lluvia que cae sobre paraguas de colores. Todo parece dispuesto para que de esa reunión casual surja algo más. Y, sin embargo, lo que se anuncia no es un romance convencional, sino un trayecto: una travesía que mezcla carretera, recuerdos y fantasías.
La idea es clara: el viaje no se hace sobre un mapa, sino sobre la memoria. Un coche de alquiler con un GPS –voz seductora, instrucciones firmes– que los empuja a atravesar puertas que aparecen en distintos paisajes y que conducen, como si fueran atajos oníricos, a escenas de sus propios pasados.
El cine contemporáneo insiste en estos dispositivos: máquinas, algoritmos, tecnologías mínimas que permiten regresar, revisar, corregir. En El Gran Viaje de tu Vida se trata de abrir portales hacia momentos íntimos: amores rotos, traiciones, pérdidas, desengaños. Lo que en otras películas se viviría como trauma o confesión, aquí reduce a sus protagonistas a sus antecedentes sentimentales, como si fueran personajes definidos solo por la suma de relaciones frustradas. David (Colin Farrell), hombre que imagina mujeres imposibles y se decepciona cuando existen de verdad; Sarah (Margot Robbie), mujer que se autodefine por sus infidelidades y que necesita que alguien la redima.

El Gran Viaje de tu Vida: La construcción del amor como destino
El Gran Viaje de tu Vida quiere ser fábula y terapia al mismo tiempo. Una comedia romántica con aspiraciones de análisis psicológico, un ejercicio de autoayuda disfrazado de relato fantástico. El problema es que ni el humor ni la introspección terminan de funcionar. Hay escenas que parecen diseñadas para subrayar la ternura –un museo vacío recorrido con linternas– y otras que buscan el guiño irónico –un musical improvisado en un recuerdo escolar–, pero en ambas late la misma dificultad: personajes que nunca se sienten vivos, que son menos personas que funciones dentro de una premisa delirante.
Colin Farrell y Margot Robbie hacen lo posible. Él aporta un aire cansado, de hombre que carga un desencanto permanente. Ella brilla incluso cuando el guion se empeña en desdibujarla. Entre los dos hay complicidad pero no fuego, con momentos en los que la fragilidad asoma. Farrell encuentra en algunos silencios la melancolía que la trama le niega. Robbie transmite en una sola conversación con la figura de su madre más verdad que en toda la relación central.
Kogonada, que en Columbus y After Yang había demostrado cierto talento para la observación y el silencio, se enfrenta aquí a un guion que no le pertenece y que no le da espacio. Su estilo, hecho de insinuaciones y pausas, choca con la verborragia de un libreto que explica todo lo que no necesita ser explicado. Hay momentos en que la puesta logra imponerse: planos cuidados, colores que construyen atmósferas, movimientos de cámara precisos. Pero El Gran Viaje de tu Vida se debate entre la estética delicada del director y el sentimentalismo blando del guionista.
El Gran Viaje de tu Vida no carece de ambición: quiere explorar qué significa elegir la soledad, si hay un deber implícito de aceptar el amor cuando se presenta. La pregunta es válida, pero la respuesta se resuelve en el camino más previsible: la pareja que parecía imposible se convierte en destino inevitable.
Hay películas que construyen sus mundos a partir de lo cotidiano y lo transforman en experiencia; otras parten de lo extraordinario para hablar de lo humano. El Gran Viaje de tu Vida intenta lo segundo, pero se queda en un punto intermedio: ni la fantasía convence, ni la humanidad aparece. El viaje es largo, pero no lleva a ningún lugar.



