Crítica El Año Nuevo Que Nunca Llegó: Rumania, mon amour

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Con El Año Nuevo Que Nunca Llegó, Bogdan Mureșanu convierte los últimos momentos del régimen de Ceaușescu en una tragicomedia coral que revela la farsa del poder absoluto.

El cine rumano tiene esa extraña capacidad de hacer que la tragedia parezca una comedia de enredos. Bogdan Mureșanu construye su ópera prima, El Año Nuevo que Nunca Llegó, como una sinfonía de desastres menores que componen el gran desastre de una dictadura que agoniza sin saberlo. Es el 20 de diciembre de 1989 en Bucarest, y Nicolae Ceaușescu tiene cinco días de vida, pero sus súbditos todavía creen que el régimen es algo parecido a la eternidad.

Seis personajes deambulan por una ciudad que huele a fin de mundo. Stefan, el productor de la televisión estatal que debe resolver el problema de una estrella que se fugó del país; Florina, la actriz que debe reemplazar a la actriz fugada pero no quiere dedicarle palabras al dictador; Gelu, el obrero cuyo hijo escribió a Papá Noel pidiendo el regalo que quería su padre: la muerte del “Tío Nick”; Ionut, el policía secreto con problemas domésticos; Margareta, la anciana que se niega a abandonar su casa; Laurentiu, el estudiante que planea escapar a Occidente porque ya no soporta vivir en un país que funciona como una cárcel con himno nacional.

Cada uno carga su pequeño calvario personal, sin advertir que forman parte de un calvario colectivo que está por terminar. El Año Nuevo que Nunca Llegó entrecruza estos destinos porque entiende que las dictaduras no son sistemas monolíticos sino ensambles de miedos individuales que se potencian mutuamente. Que el poder totalitario funciona como un ecosistema donde cada ciudadano es simultáneamente víctima y cómplice, vigilado y vigilante, oprimido y opresor. En la Rumania de Ceaușescu, uno de cada diez habitantes trabajaba para la policía política, y uno de cada cuatro informaba las actividades de sus amigos, sus compañeros, su familia. La paranoia no era una patología individual sino una condición atmosférica.

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Adrian Vancica como Gelu en El Año Nuevo Que Nunca Llegó

El Año Nuevo que Nunca Llegó: Rumania, el país del espectáculo permanente

El Año Nuevo que Nunca Llegó no cae en la denuncia fácil ni en la nostalgia de la resistencia heroica. Sus personajes no son héroes sino sobrevivientes, no luchan contra el sistema sino que intentan navegar sus contradicciones sin ahogarse.

La película muestra cómo el poder totalitario convierte la vida cotidiana en una representación teatral donde todos actúan papeles que odian interpretar. Stefan debe grabar un programa de fin de año celebrando al régimen, pero la estrella se fugó y ahora necesita una doble que finja ser ella. Florina debe elogiar a un régimen le da náuseas, pero no puede negarse sin arriesgar su carrera y su libertad. Gelu debe recuperar una carta navideña antes de que la lean los censores y descubran que desea la muerte del dictador. Cada personaje interpreta una farsa dentro de la gran farsa del experimento socialista.

La secuencia de la grabación televisiva funciona como una perfecta alegoría del poder totalitario: un simulacro que debe parecer auténtico, una representación que niega ser representación. Florina debe fingir ser otra actriz que debe fingir adorar a un dictador que finge ser amado por su pueblo. Es el teatro dentro del teatro dentro del teatro, la mise en abyme de un régimen que sostenido en la ficción de su propia legitimidad.

La cámara de Boróka Bíró y Tudor Platon captura esa estética de la decadencia comunista con colores desteñidos, teléfonos pesados, ropa confeccionada por comités, edificios que parecen diseñados para desalentar la felicidad. Es la estética de un mundo que se quedó sin futuro pero todavía no lo sabe, de una sociedad que funciona por inercia mientras se descompone desde adentro.

El humor de El Año Nuevo que Nunca Llegó surge de esa distancia histórica que permite al espectador saber lo que los personajes ignoran: que todo este teatro del absurdo colapsará en pocas horas. Mientras Stefan se desespera por conseguir una actriz de reemplazo, mientras Florina busca excusas para no participar en la propaganda, mientras Gelu vive su pequeño infierno doméstico, la historia ya decidió que nada de esto importará dentro de una semana. El 21 de diciembre de 1989, por primera vez en veinticuatro años, alguien abucheará a Ceaușescu en público. Cuatro días después, el dictador y su esposa serán ejecutados tras un juicio sumario.

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Mihai Calin como Stefan en El Año Nuevo Que Nunca Llegó

El Año Nuevo que Nunca Llegó: La revolución según Bogdan Mureșanu

El título del film es una trampa semántica perfecta: ese año nuevo nunca llegó porque el régimen que lo iba a celebrar desapareció antes. Pero también porque el verdadero año nuevo, el que traería la democracia y la libertad, resultó ser mucho peor de lo que esperaban. Mureșanu tiene la inteligencia de detenerse en el optimismo, cuando todavía era posible creer que la caída de la tiranía bastaría para garantizar la felicidad.

En un momento donde el mundo se corre peligrosamente hacia la derecha, El Año Nuevo que Nunca Llegó no es solo lo que cuenta sobre una dictadura del pasado, sino lo que sugiere sobre las democracias del presente. La vigilancia constante, la barbarización del discurso y la manipulación de la información ya no son exclusividades del autoritarismo rancio: se han deslizado, con mejores modales y peor disimulo, en los pliegues del capitalismo, un sistema donde la apariencia vale más que la verdad, donde la política y la justicia son espectáculo, las redes un panóptico voluntario y la censura se camufla de corrección.

El Año Nuevo que Nunca Llegó es el cine como máquina del tiempo que permite asistir a un momento histórico desde la perspectiva privilegiada de quien ya conoce el desenlace. Es la historia como tragedia que se descubre comedia cuando se la mira desde la suficiente distancia. Es un film sobre el fin de los tiempos que no saben que se están acabando y de un tiempo presente que no aprendió las lecciones del pasado.

Porque a veces, la revolución no empieza con una marcha: empieza con alguien que, simplemente, ya no puede seguir actuando.

Tráiler de la película:

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