En la era digital, no hay nadie más peligroso que un hombre inteligente con acceso a información clasificada y nada que perder. Con El Amateur: Operación Venganza, el director James Hawes propone esta inversión: un thriller donde la venganza no requiere destreza física, sino talento para descifrar sistemas, para ver patrones donde otros solo ven números. El técnico que abandona su madriguera, el nerd que se transforma en cazador.
Ese hombre es Charles Heller (Rami Malek), un analista de datos de la CIA que trabaja en los subsuelos de Langley mientras el mundo explota en otras latitudes. Arriba deciden quién vive y quién no, abajo él examina las secuelas digitales. En un atentado terrorista en Londres pierde a su esposa. Dolor, rabia, impotencia. El catálogo completo. Pero aquí aparece la diferencia: este hombre no es James Bond ni Jason Bourne. Es un pálido ingeniero de códigos binarios y algoritmos que debe aprender el lenguaje de la violencia física.
Lo que sigue es lo de siempre: la venganza. Malek lleva su mirada de perturbado funcional por distintas ciudades europeas –Madrid, Estambul, Marsella– mientras elimina uno por uno a los responsables del asesinato de su esposa. El Amateur es eso: un nerd con coeficiente intelectual elevado transformado en una máquina de matar. Malek recupera la fórmula de Mr. Robot: el técnico socialmente inadaptado, brillante pero frágil, que esconde una tormenta interior bajo capas de timidez calculada. Interpreta a Heller como un ser incómodo en su propia piel, un hombre que prefiere los números a las personas y que debe aprender a matar para vengar al único ser humano que amaba.
El Amateur: La arquitectura de la muerte
El Amateur insinúa una reflexión sobre la distancia emocional que la tecnología ha creado en el acto de matar y cómo cambió la naturaleza de la violencia política. Heller utiliza su conocimiento digital para rastrear y eliminar objetivos con la misma frialdad con que la CIA ejecuta operaciones encubiertas. Pero la película evita desarrollar todo concepto. Prefiere avanzar hacia el siguiente punto de la trama: otra ciudad, otro objetivo, otra muerte que Heller observa con sorpresa, como si no pudiera creer su propia capacidad para la violencia.
El guion de Ken Nolan y Gary Spinelli comprime demasiados elementos en las dos horas de la película. La lucha de poder dentro de la CIA (un nido de víboras donde Holt McCallany interpreta al subdirector con la convicción de quien nació para representar figuras autoritarias), el entrenamiento de Heller a cargo del Coronel Henderson (Laurence Fishburne), su cacería de los asesinos de su esposa (Rachel Brosnahan reducida a flashbacks sentimentales). Todo se siente fragmentado, unido solo por la determinación monomaníaca del protagonista.
El Amateur sufre de una crisis de identidad. No sabe qué tipo de película quiere ser. ¿Un estudio de personaje sobre un hombre común empujado a extremos violentos? ¿Una crítica política sobre las operaciones encubiertas estadounidenses? ¿Un thriller de acción con un protagonista improbable?
En tiempos donde el cine de espionaje ha demostrado capacidad para reinventarse –desde la complejidad moral de la saga Bourne hasta la sofisticación de Código Negro de Steven Soderbergh– El Amateur repite lugares comunes sobre la masculinidad y la venganza.
La transformación de Charlie Heller de analista a justiciero podría haber explorado la tensión entre inteligencia y violencia, entre pensamiento y acción. Podría haber interrogado la moralidad de la venganza desde la perspectiva de alguien que comprende los patrones de comportamiento pero no las emociones humanas. Pero el personaje no evoluciona, sino que se transforma sin los matices necesarios para hacer creíble la transición. La película exige creer en su metamorfosis por el simple hecho de que perdió a su esposa, como si el dolor fuera una justificación suficiente para cualquier deriva moral.
La película promete la seriedad de un thriller político pero tiene en su núcleo los elementos más extravagantes del espionaje. James Hawes (Slow Horses, Black Mirror, Lazos de Vida) dirige con una eficiencia aséptica, sin imprimir una visión personal. Su mundo visual está contenido en interiores funcionales y exteriores genéricos, espacios que funcionan como escenografías intercambiables para una historia que parece obsesionada con cumplir las expectativas del género más que con subvertirlas.
El Amateur: El espejismo de la originalidad
El Amateur: Operación Venganza es una novela de Robert Littell publicada en 1981, ya adaptada ese mismo año, que ahora regresa como un espectro del pasado atrapado en la trampa de las modas actuales. La película es un síntoma de una industria sin ideas que prefiere lo seguro sobre lo arriesgado. Lo conocido sobre lo innovador. Hay algo obsceno en la facilidad con que Hollywood repite estas historias de venganza. En cómo simplifica el dolor humano. En cómo banaliza la violencia presentándola como solución. En cómo reduce a las mujeres a catalizadores del sufrimiento masculino.
En 1981 el mundo estaba dividido. Guerra Fría. Espías. Amenaza nuclear. Las historias de venganza tenían un contexto. Ahora son solo rutina. La forma más básica de contar historias: algo malo pasa, alguien se venga, fin. A eso se le llama argumento.
El Amateur ejemplifica cómo el cine comercial contemporáneo aborda temas potencialmente complejos –el duelo, la pérdida, la radicalización por trauma– desde la superficialidad. La película toca estos temas sin sumergirse en ellos, los menciona sin explorarlos, los utiliza como excusas narrativas sin comprenderlos. Es Hollywood en su versión más conservadora: incapaz de enfrentar las consecuencias, de asumir costos morales, de ofrecer algo más allá de una gratificación superficial.
Y quizás esa sea su tragedia más profunda: aspirar a la trascendencia y quedarse en la funcionalidad. Ser un amateur en un mundo de profesionales. Un espectro del pasado que no logra encontrar su lugar en el presente.