Austin Butler bebe whisky barato en un departamento que huele a fracaso y sueños rotos. Es Hank Thompson, el barman de un tugurio en el Lower East Side de 1998, cuando Nueva York todavía tenía dientes y olía a basura, a vida, a miedo. Darren Aronofsky vuelve a las calles de Pi para filmar Atrapado Robando, la adaptación de la novela de Charlie Huston sobre un hombre común arrastrado a una guerra que no buscó.
Hank no tiene grandes planes ni grandes certezas. Lo que sí tiene es un trabajo mediocre, una relación a medias con una mujer que quisiera más de él, una pesadilla recurrente que le recuerda que alguna vez casi fue otra cosa: un accidente le partió la carrera como promesa de beisbol y le dejó la rodilla arruinada y un alcoholismo funcional. También tiene un vecino. Punk. Matt Smith.
Atrapado Robando no necesita demasiado para empujar a su protagonista hacia el abismo: Hank acepta cuidar el gato de su vecino y comienzan a llegar mafiosos buscando respuestas que él no tiene. Ahí empieza el safari urbano de un tipo que no sabe por qué lo persiguen ni qué buscan en el departamento de al lado. El momento en que Hank Thompson descubre que Nueva York es una ciudad diseñada para que los perdedores mueran rápido.

Atrapado Robando: Austin Butler y el arte de resistir
Austin Butler demuestra que puede cargar una película de acción sin convertirse en una máquina de matar. Su Hank es vulnerable pero no patético, desesperado pero no pasivo. No es un anti-héroe cool sino un looser que descubre que tiene más resistencia al dolor de la que hubiera querido tener.
Si en Elvis había demostrado que puede hacer personajes que viven en el límite entre la autodestrucción y la supervivencia, Hank es una variación del mismo tema: el tipo que acepta su mala suerte como condición existencial, el precio de seguir vivo. En el fondo, es alguien que necesita pelear por algo, aunque no sepa exactamente qué. Esa resistencia maníaca es lo que lo convierte en protagonista: un tipo cualquiera que, por obstinación o por azar, se niega a desaparecer.
Alrededor de Butler, un bestiario de arquetipos que aporta color y caos: Matt Smith es el punk desfasado que desaparece dejando el desastre atrás. Tiene poca participación, pero marca presencia con su mohicano imposible y su acento británico perdido en el ruido del East Village. Su Russ es el catalizador perfecto: lo suficientemente carismático para que entendamos por qué Hank le haría el favor, lo suficientemente turbio para que entendamos por qué ese favor le va a arruinar la vida.
Liev Schreiber y Vincent D’Onofrio interpretan hermanos gangsters jasídicos que procesan la naturaleza del sufrimiento humano en yiddish; Regina King con su voz áspera de detective que nunca duerme y ojos que han visto demasiado; Carol Kane sirve sopa con una sonrisa que promete problemas; Zoë Kravitz es Yvonne, la mujer que odia amar a un tipo como Hank. Hasta Bad Bunny aparece para recordar que los límites del casting no existen.

Atrapado Robando: Nueva York, 1998
Con Atrapado Robando, Aronofsky decide contar una historia sin explicar el universo. Es la película de un director sin ansiedades trascendentales, y esa relajación le devuelve algo que había perdido: el instinto narrativo. La película funciona como funciona Nueva York o Buenos Aires: caótica, peligrosa, pero con una energía que te mantiene despierto. Después de la oscuridad mórbida de La Ballena, Aronofsky encontró la manera de hacer su película más comercial sin traicionarse a sí mismo. Los cuerpos siguen sufriendo, pero esta vez el sufrimiento no es solo existencial. Su viaje no es épico: es apenas el trayecto de alguien que se resiste a entregar lo poco que tiene.
El guion de Charlie Huston tiene el ritmo de los thrillers de los 90’s. Guy Ritchie y Tarantino en sus comienzos, el Scorsese noctámbulo de After Hours. Los personajes actúan por motivaciones claras: unos buscan plata, otros buscan venganza, Hank busca seguir respirando. No hay monólogos explicativos ni giros insultantes. Un cadáver inesperado, una traición, un secreto revelado a golpes. Aronofsky filma para que la carne se rompa. Cada golpe duele, cada corte sangra, cada sutura parece a punto de abrirse.
La Nueva York de 1998 es la ciudad cinco minutos antes de morir. El momento exacto en el que estaba mutando de peligrosa a segura, de auténtica a artificial. Rudolph Giuliani limpiaba las calles pero los edificios seguían guardando secretos, los bares seguían siendo refugio de tribus y no de hipsters jugando a ser marginales. El Manhattan de Atrapado Robando es un lugar en estado de emergencia permanente, que recuerda que debajo de cada negocio inmobiliario siempre queda un sótano donde late la ciudad verdadera.
Matthew Libatique, director de fotografía habitual de Aronofsky, construye una textura que se mueve entre el recuerdo y la amenaza. Nueva York respira: calles húmedas, luces de neón que parpadean, estaciones de subte donde todo parece posible. La cámara corre detrás de Hank como si también intentara escapar. Cada plano es urgente, como si la policía pudiera llegar en cualquier momento.
La última parte de Atrapado Robando condensa todo lo que antes parecía disperso. El humor negro, la violencia gráfica, el plantel de personajes. Aronofsky muestra que todavía puede sorprender: acelera, desordena, y en ese caos encuentra el pulso de la película.
Atrapado Robando no pretende ser más de lo que es: un descenso brutal y oscuro al mundo del crimen, contado con ruido y furia y una sonrisa escondida entre los dientes. Es sucia, vertiginosa, entretenida en su crueldad. Y aunque no inventa nada, logra recordarnos que las mejores historias de Nueva York no están en los rascacielos sino en los garitos, en la noche, en los callejones. Porque en esta ciudad nadie roba gratis. Siempre hay un precio. Y lo paga el que menos lo espera.
 
				 
								


