Almas Marcadas (Marked Men): Tatuaje falso

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Almas Marcadas, la adaptación de Nick Cassavetes del bestseller de Jay Crownover, pone en escena el simulacro de erotismo de cuerpos sin personalidad, rebeldes sin causa y tatuajes sin significado.

Una mentira consensuada es peor que un engaño: tiene cómplices. Almas Marcadas, la adaptación cinematográfica de los libros de Jay Crownover –aquella saga Marked Men que hace doce años sacudió a miles de adolescentes sedientas de romances con hombres tatuados y rebeldes– es un desierto vendido como jardín de las delicias.

El tatuaje se clava en la piel, duele, permanece. Almas Marcadas debería ser una historia que atraviese como una aguja entintada. Pero la película dirigida por Nick Cassavetes –el mismo que hizo Diario de una Pasión, esa mentira hermosa que al menos tenía la decencia de creerse a sí misma– es más bien un tatuaje falso, de esos que se borran después de un par de días.

La trama de Almas Marcadas se desarrolla en Denver, Colorado (aunque la filmación se hizo en Sofía, Bulgaria; un dato que quizás explique ese ambiente distanciado, como de postal robada). Allí vive Rule (Chase Stokes), un tatuador que se cree salvaje pero supura ternura por cada poro. El estudio donde trabaja funciona menos como local de tatuajes y más como pasarela para que desfilen mujeres hermosas lanzándose a sus brazos.

Rule carga con la culpa por la muerte de su hermano gemelo en un accidente automovilístico. Un trauma que se menciona pero no se explora, como si la mera enunciación de la tragedia fuera suficiente para construir profundidad emocional.

Frente a él, Shaw (Sydney Taylor), estudiante de medicina que apenas estudia, la supuesta “chica buena” del binomio. Crecieron juntos, se han mirado toda la vida con ojos de deseo y, por alguna razón inexplicable, nunca han conectado los puntos evidentes de su atracción. ¿Qué separa realmente a estos dos protagonistas? La respuesta es devastadora: nada.

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Chase Stokes como Rule Archer y Sydney Taylor como Shaw Landon en Almas Marcadas

Almas Marcadas: El sexo invisible

Las lectoras de los libros de Crownover hablan de personajes tridimensionales, de tensión sexual arrolladora, de un romance que trasciende la fórmula chica-buena-chico-malo. Pero todo eso se evapora en la pantalla. Pasaron solo doce años. El público sigue buscando esas historias, esos cuerpos, esa intensidad. Pero Cassavetes parece tener miedo del material original.

Hablemos de sexo, porque Almas Marcadas no lo hace. Para una historia nacida en el género spicy, resulta asombroso lo pudorosa que es la película. Cuando Rule y Shaw finalmente se entregan a lo inevitable, la cámara huye: de los preliminares saltamos directamente a la mañana siguiente, como si el acto sexual mismo fuera un abismo irrepresentable. Las escenas íntimas no son más que montajes breves, diluidos entre imágenes de fiestas, grafitis nocturnos y paseos al aire libre. La clasificación R de la película se debe más al lenguaje que a cualquier atisbo de erotismo.

Los personajes secundarios son siluetas sin relieve. Alexander Ludwig, Evan Mock, Matthew Noszka y Cora Lewis desfilan por la pantalla como maniquíes bien formados. Solo Ayden Cross, interpretando a la compañera de piso de Shaw, parece por momentos habitar un personaje real, aunque termina oscilando entre la vivacidad y el histrionismo forzado.

Es extraño cómo la película presta tan poca atención visual a los tatuajes. Están ahí, por supuesto, decorando los cuerpos de los protagonistas, pero carecen de la carga simbólica que el título promete. Son accesorios intercambiables, como la veintena de canciones pop que forman un tapiz sonoro sin personalidad.

Lo que sí tiene la película es color. Mucho color. Estallidos cromáticos en apartamentos quirky-cool donde viven personas quirky-cool que usan ropa quirky-cool. El problema es que hay más narrativa en el vestuario de Shaw que entre sus sábanas.

Cassavetes parece no terminar de entender el material que tiene entre manos. Es como si quisiera dirigir un romance juvenil mainstream pero le hubieran entregado una novela erótica y no supiera qué hacer con ella. El resultado es esta criatura híbrida: ni lo suficientemente atrevida para honrar su origen, ni lo suficientemente consistente para sostenerse como drama romántico tradicional. Quizás las fans de los libros puedan complementar lo que ven con las lecturas, rellenando los huecos emocionales y sensuales que la película deja abiertos. Para el resto, Almas Marcadas será una experiencia inofensiva y desconcertante.

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Chase Stokes como Rule Archer en Almas Marcadas

Almas Marcadas: Nick Cassavetes domestica lo salvaje

Hay algo genuinamente interesante en el núcleo narrativo que Crownover plantea: esa idea de cuerpos marcados que cargan historias, de tatuajes como narrativas inscritas en la piel. Pero Almas Marcadas ofrece la estética sin el compromiso, la superficie sin la sustancia. La imagen del tatuaje sin el dolor ni la permanencia que lo hace significativo.

Nick Cassavetes, hijo de John Cassavetes y Gena Rowlands, heredero de un cine visceral. ¿Qué habría hecho su padre con este material? Probablemente algo imperfecto pero honesto. Algo que doliera, que dejara marcas. En Almas Perdidas, Bulgaria se hace pasar pasar por Colorado, los actores juegan a tener tatuajes, el guion finge tener conflictos. Simulacros sobre simulacros. Quizás ese sea el verdadero tema de Almas Marcadas: la falsedad. La ilusión de profundidad en un mundo de superficies.

Como estos adolescentes que se visten de rebeldes pero no tienen causa, Almas Marcadas intenta ser transgresora sin atreverse a cruzar ninguna línea. Finge ser audaz mientras permanece en terreno seguro. Promete fuego y entrega una fósforo apagado. Una marca superficial que ni siquiera alcanza a ser una cicatriz.

Cuerpos hermosos, apartamentos geniales, ropa cool. Almas Marcadas es estimulante de un modo primario: formas sinuosas e indefinidas flotan sin propósito tangible, sin historia, sin psicología. Un espectáculo para los ojos que no llega al cerebro ni al corazón. Es un recordatorio de que Hollywood sabe filmar la violencia pero no el sexo. Lo que funciona en la privacidad entre un lector y un libro no siempre sobrevive a la exposición de una pantalla.

Y mientras tanto, las almas verdaderamente marcadas siguen ahí afuera, viviendo historias más complejas, más honestas, más reales. Historias que tal vez nunca lleguen al cine, pero que están escritas en la piel de quienes las viven. Con tinta permanente, no con una acuarela que se diluye a la primera lluvia.

Tráiler de la película:

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