Crítica 28 Years Later: Anatomía de una nación infectada

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Con 28 Years Later, Danny Boyle se aparta del espectáculo del terror para explorar la mutación moral de una civilización, la violencia heredada y el aislamiento emocional de un país en ruinas.

Con 28 Years Later (Exterminio: La Evolución), Danny Boyle regresa a un viejo amor que ya no reconoce del todo. Veintitrés años después de 28 Days Later, el cineasta británico construye una secuela que funciona más como autopsia que como continuación. Lo que encuentra en el cadáver de su propia franquicia es revelador: el virus de la rabia ya no es una metáfora del colapso social, sino el mapa genético de una Inglaterra que se devora a sí misma.

28 Years Later es muchas cosas pero sobre todo es esto: la constatación de que Inglaterra ya no necesita salir de la Unión Europea porque Europa ya la puso en cuarentena. El Brexit que nunca soñaron: total, definitivo, con alambre de púas biológico.

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Aaron Taylor-Johnson como Jamie en 28 Years Later (Exterminio: La Evolución)

28 Years Later: La isla dentro de la isla

28 Years Later arranca con una trampa: nos promete zombis y nos entrega una fábula sobre la paternidad tóxica filmada con iPhone. Como en 28 Days Later, Boyle redescubre en la precariedad digital una estética que se ajusta perfectamente a su propósito: mostrar cómo la decadencia puede ser hermosa si se la filma con la luz adecuada. El resultado es una obra que oscila entre el cuento de hadas y el manual de supervivencia, sin decidirse nunca por ninguna de las dos.

Spike, el protagonista de doce años interpretado por Alfie Williams, habita una isla donde la civilización se ha reducido a sus componentes más básicos: la caza, la recolección y la mentira piadosa. Una versión british del socialismo: todos comparten, todos se cuidan, nadie dice la verdad sobre lo que pasa del otro lado del agua. Su padre Jamie (Aaron Taylor-Johnson), representa todo lo que está mal con la masculinidad contemporánea disfrazada de heroísmo paternal. Isla (Jodie Comer), la madre enferma de algo que no se puede curar porque no hay médicos, completa un triángulo familiar donde cada vértice apunta hacia una forma distinta de perdición.

En 28 Years Later, Boyle y su coguionista Alex Garland entienden que el verdadero horror no está en las criaturas que corren por el bosque sino en la naturalidad con que los sobrevivientes han normalizado la barbarie. La isla funciona como una comunidad idílica que oculta sus propios mecanismos de exclusión y violencia. Cuando los personajes se emborrachan y celebran, la máscara se cae y aparece algo más perverso que cualquier zombi: la certeza de que siempre fueron así, que el virus apenas les dio permiso para mostrar lo que ya eran. El apocalipsis como coartada, el fin del mundo como excusa para ser canallas sin culpa.

Boyle sabe que ya no puede sorprender con zombis que corren rápido –eso lo inventó él hace más de dos décadas– así que opta por diferentes categorías de infectados, un bestiario donde cada monstruo representa una forma específica de degradación humana. Están los clásicos, los que se arrastran por el suelo como babosas obscenas, y los “Alfas”, gigantes de tres metros de altura que exhiben su virilidad como un arma de guerra. Son la evolución que nadie pidió pero que todos merecíamos: el macho alfa perfeccionado por la selección natural del apocalipsis.

28 Years Later tiene la estructura de un videojuego: primera parte de entrenamiento con el padre, segunda parte de misión principal con la madre. Garland conoce los códigos de una audiencia que ahora necesita narrativas que funcionen como niveles a superar.

La primera sigue a Spike y Jamie en una cacería ritual que funciona como rito de paso masculino. Jamie le enseña a Spike a matar como si fuera a andar en bicicleta: algo que se aprende una vez y después sale solo. Pero Spike descubre que su padre no es el héroe que creía sino apenas otro sobreviviente dispuesto a sacrificar lo que sea con tal de seguir respirando.

La segunda transforma esa experiencia en una búsqueda desesperada. Es aquí donde la película encuentra su registro más personal, cuando Spike debe cargar con su madre enferma mientras busca a Ian Kelson (Ralph Fiennes), un médico enloquecido que vive en el continente como un ermitaño postapocalíptico.

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Jodie Comer como Isla en 28 Years Later de Danny Boyle

28 Years Later: Inglaterra según Danny Boyle

La Inglaterra de Boyle es un país enfermo, que eligió la peste antes que la modernidad, el tribalismo antes que la civilización. Sus habitantes viven como en el siglo XIV pero con flechas de fibra de carbono y nostalgia por los Teletubbies. Es el sueño húmedo de cualquier reaccionario: un mundo donde el progreso se detuvo y la supervivencia justifica cualquier regresión.

28 Years Later no es una película de zombis sino una película sobre ingleses que se comportan como zombis y zombis que se comportan como ingleses. La diferencia, sugiere Boyle, no es tan grande como creíamos. Al final, todos somos criaturas de hábitos, algunos más sangrientos que otros.

Garland opta por una aproximación que se mueve entre lo onírico (Aniquilación, Men) y lo terrenal (Guerra Civil, Warfare). Sus zombis no son metáforas sobre el consumismo o la alienación moderna, sino síntomas de una enfermedad más profunda: la incapacidad de la especie humana para evolucionar más allá de sus instintos más primitivos.

Boyle, por su parte, redescubre en el material las razones por las que se convirtió en cineasta. Después de años de experimentos formales más o menos exitosos, en 28 Years Later vuelve a la energía visceral que caracterizó sus primeros trabajos. Su uso de la música aquí encuentra una justificación narrativa: en un mundo donde el ruido constante es la única forma de mantener alejado el silencio de la muerte, la saturación sonora se convierte en mecanismo de supervivencia.

Lo que queda, al final, es la sensación de haber presenciado algo perfectamente extraño. En una época donde las secuelas suelen ser ejercicios de nostalgia calculada, Boyle y Garland han construido una obra que dialoga con su pasado sin traicionarlo. Su Inglaterra postapocalíptica no es un parque temático del horror, sino un espejo oscuro donde reconocemos los rasgos de nuestra propia decadencia: esa capacidad humana para acostumbrarse a cualquier barbarie con tal de que dure lo suficiente.

En definitiva, 28 Years Later es una película sobre un mundo que ya no existe, sobre una Inglaterra que eligió el aislamiento, sobre una humanidad que prefirió la supervivencia a la dignidad. Boyle filma con la melancolía del que sabe que está documentando una extinción en tiempo real. Sus zombis no son el problema: son apenas el síntoma de una enfermedad mucho más antigua y familiar.

Al final, como siempre, los monstruos somos nosotros. Solo que ahora tenemos iPhones para filmarnos.

Tráiler de la película:

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