Superman (2025): El punk es otra cosa

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Mientras el mundo se prende fuego, Superman sugiere que la solución es portarse bien. El nuevo punk como rebeldía de alto presupuesto.

Lo dijo Joachim Trier en Cannes y lo repitió Superman en la película de James Gunn: la bondad es el nuevo punk. Una frase de remera, de póster, de tweet de gente que no sabe lo que es el punk. Es uno de esos eslóganes que simulan una idea pero sólo repiten un deseo: que lo bueno vuelva a estar de moda. Que la decencia sea revolucionaria. Que los superhéroes puedan todavía salvar algo. No ya al mundo: al cine, al público, a sí mismos.

Pero el punk es otra cosa.

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David Corenswet en Superman 2025

¿Qué es punk, entonces?

El punk, antes que un estilo, fue una descarga eléctrica en la línea de flotación del optimismo occidental. Una forma de decir que no. No a los ídolos, no a los himnos, no a la épica. Apareció en los años 70´s, entre el desempleo masivo del Reino Unido y la bancarrota emocional de los Estados Unidos post-Vietnam, mientras los hijos de la clase obrera veían cómo el mercado barría con el Estado de bienestar. El punk fue político porque no buscaba cambiar el mundo: señalaba que éste era una cloaca. Y que nadie iba a venir a arreglarlo.

En la Inglaterra de Thatcher, donde crecía el neofascismo del Frente Nacional y la miseria se disimulaba con moral, el punk desnudó la hipocresía de la clase media. En los EE.UU. de Nixon y Carter, fue una protesta contra el colapso de los mitos nacionales. Si los hippies querían paz, el punk quería caos. Si los liberales querían reformas, el punk quería que todo ardiera. Porque el punk no vino a acariciar: vino a escupir. No creyó que las personas eran, en esencia, buenas. Sospechó que eran, en esencia, idiotas, autoritarias, egoístas.

Decir que “la bondad es el nuevo punk” es tomar un gesto de ruptura y transformarlo en consigna terapéutica. El punk no fue amable ni comprensivo. No pedía bondad sino ruido y furia contra los abusos del poder, el status quo, la desigualdad, el racismo. No quería salvar a nadie: quería molestar al sistema. No creía que el mundo pudiera cambiar con buenas intenciones sino con la bronca de los que no aguantaban más.

Tres acordes mal tocados, una remera rota, una letra que decía que no había futuro. El punk era todo lo que Superman (2025) no es: una oposición al mercado, al espectáculo, a la pose, al artificio de los íconos. Era profundamente no-inspirador.

Por eso que una superproducción de 350 millones de dólares intente convencernos de que la ternura es punk es una especie de rebranding emocional. La ternura podrá ser muchas cosas: necesaria, hermosa, deseable. Pero el punk no abrazaba, hacía pogo. Era feo, urgente. Era Joe Strummer hablando del colonialismo; los Sex Pistols diciendo que la monarquía era fascista; Patti Smith leyendo a Rimbaud y cantando como si odiara cantar. Era un ruido que sonaba como el mundo: roto, tosco, sincero.

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David Corenswet en Superman

El nuevo orden moral: Superman, valores y sumisión

El planeta está al borde del colapso ecológico. Las guerras se normalizaron. Gaza, Ucrania, Yemen. Las masacres ahora tienen hashtags. El capitalismo ya no promete nada: ni progreso, ni trabajo, ni sentido. El neoliberalismo mutó en una pedagogía emocional. No te pide producir: te pide no pensar, ser positivo, resiliente, bueno.

Y ahí aparece Superman.

Superman (2025) quiere ser muchas cosas a la vez: una película de acción, una fábula moral, una comedia romántica, una crítica al barbarismo del discurso de las redes y un renacimiento simbólico. Pero es, ante todo, una corrección al nihilismo estético de ese Nietzsche con CGI que fue Zack Snyder. James Gunn propone su Superman como antídoto: más humano, más empático, más animal doméstico que dios olímpico.

Un modelo de masculinidad emocionalmente disponible, políticamente correcto y moralmente superior. Un héroe sensible, autocrítico, responsable, feminista, potencialmente vegano. Un héroe que se enamora pero sin tensión; que se enoja pero sin perder el control; que se equivoca pero sólo para demostrar que puede aprender. Es, se dice, la respuesta al cinismo. La bondad como rebelión. El superhéroe como acto de fe en la humanidad.

Pero cuando el discurso dominante adopta el lenguaje de la disidencia, es momento de desconfiar. “La bondad es el nuevo punk” no es una frase ingenua sino una consigna funcional que sirve para domesticar la disconformidad. Porque eso es lo que propone Superman (2025): una sociedad de buenas intenciones, de gestos morales, de héroes que no cuestionan las estructuras sino que combaten sus fallas individuales. Un mundo sin conflicto real.

Superman, entonces, no desafía al poder: lo representa. Es su cara amable, su marketing emocional, su imagen de marca. Un tipo que dice que todo va a estar bien no es un outsider sino un protocolo oficial. Y eso no es punk: es educación sentimental para adultos conflictuados.

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David Corenswet en Superman 2025

Superman (2025) y el marketing emocional

Durante décadas, el capitalismo se legitimó prometiendo bienestar: casas, autos, ascenso social. Hoy, en cambio, promete sentimientos. Ya no hay futuro, pero hay contenidos. Ya no hay justicia, pero hay representación. Ya no hay distribución de la riqueza, pero hay diversidad. El consumo se volvió afecto. La apatía, virtud. Y el cine mainstream funciona como el departamento de recursos humanos de esa estructura: ya no produce ideología, produce valores.

Superman (2025) es parte de esa maquinaria. Si Lois Lane (Rachel Brosnahan) cuestiona qué significa intervenir en un conflicto bélico entre dos países, Superman asegura que lo hizo para salvar vidas. No importa la soberanía, el contexto, la historia: importa que él quería ayudar. En lugar de politizar la guerra, la sentimentaliza. Como si las buenas intenciones resolvieran algo. Como si la geopolítica, las armas, la pobreza fueran una cuestión de actitud.

El problema no es que Superman sea bueno. El problema es que cuando un personaje sólo sirve para recordarnos que debemos portarnos bien se vuelve cartel. Lo verdaderamente punk hoy no es ser tierno. Es dudar. Es la calle. Es cuestionar. Indignarse. El cinismo está del otro lado: en creer que el mercado puede resolver la miseria, que la Justicia no sirve a los poderosos, que el capitalismo puede humanizarse.

Este Superman, entonces, no es un punk. Es rebeldía sponsoreada, neoliberalismo emocional convertido en mito. No hace falta que cambies el sistema sino que seas bueno dentro de él. Porque eso es lo que quiere el sistema: personas amables, mansas, obedientes. La bondad como consigna, como perfil psicológico, como herramienta de control. No protestes. No grites. No exijas. Esperá que te salve Superman.

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