Oasis nunca fue una banda fácil de filmar. Demasiado sucios para el pop, demasiado exitosos para el rock, demasiado cínicos para la épica. Y sin embargo, ahí están sus canciones en películas y series como si el mundo audiovisual fuera una extensión de los 90’s. Porque el cine, cuando no sabe cómo decir, vuelve a las canciones que alguna vez dijeron algo por él.
Desde Snatch hasta Girls, desde un anime distópico japonés hasta un episodio de Lost, las canciones de Oasis en películas y series funcionan como cápsulas de furia melódica, nostalgia británica y emoción sin filtros. No porque las escenas las necesiten. Sino porque, cuando suenan, obligan a las imágenes a significar otra cosa. Como si cada canción arrastrara una historia que ya conocíamos. Una historia de hermanos que se odian, de una guitarra que suena a muchas, de estadios llenos y habitaciones vacías.
Este artículo no trata sobre Oasis. Trata sobre lo que pasa cuando una canción suya suena en otro lugar. Sobre cómo se cuelan en películas y series que a veces no las merecen. Sobre cómo, incluso ahí, logran transformar la escena, el tono, el sentido. Y sobre cómo terminaron armando un cine hecho de pedazos que no les pertenece, pero que, de pronto, suena como ellos.

Las canciones de Oasis en en el cine
Stay Young en The Faculty (1998)
A veces, el terror adolescente tiene la cortesía de regalarnos una escena final donde todo parece haber pasado. Donde, después de los muertos y la sangre, los sobrevivientes caminan otra vez por el campus, como si el mundo volviera a su curso. En la película body snatching de Robert Rodriguez, The Faculty, esa escena viene con Stay Young de fondo. Una canción secundaria, un lado B que Oasis grabó cuando todavía creía que todo podía ser eterno.
La ironía: que la juventud que la canción celebra ya está herida, contaminada, deformada por la historia que acabamos de ver. Pero aún así, suena. Porque Oasis siempre fue mejor cuando no hablaba del futuro, sino del presente desesperado de quien no quiere que nada cambie.
Whatever en A Bug’s Life (1998)
Pixar, cuando todavía estaba inventando el futuro, eligió Whatever para los créditos de su segunda película. Un gesto extraño: un himno británico en una fábula de hormigas. Pero funcionó. Porque Whatever, con su orquesta de cuerdas y su mantra de indiferencia optimista, convertía el final en una celebración que no necesitaba moraleja. Las hormigas vencían a los saltamontes y sonaba Oasis, como si el triunfo colectivo pudiera traducirse en un estribillo punk que decía lo contrario: “I don’t care”.
Fuckin’ in the Bushes en Snatch (2000)
Guy Ritchie entendió que no era necesario entender a Oasis. Bastaba con hacer ruido. Y eso hizo. En Snatch, cuando Brad Pitt se convierte en una mezcla entre gitano nómada y Rocky Balboa, la música que lo acompaña no es de Ernio Morricone ni de Prodigy: es Fuckin’ in the Bushes, esa pieza instrumental sin letra ni pudor, que abre Standing on the Shoulder of Giants como si estuviera pateando una puerta.
No hay melodía. Hay volumen. No hay letra. Hay furia. La escena del combate funciona porque la canción no comenta lo que vemos: lo desborda. Es el tipo de sincronía que no busca coherencia sino exceso. Y Oasis, en su mejor momento, fue eso: la banda sonora de una generación que no quería explicaciones. Sólo ruido. Y orgullo. Y velocidad.
Stop Crying Your Heart Out en El Efecto Mariposa (2004)
Ashton Kutcher quiere reescribir el pasado. No puede. Entonces camina, como todos los personajes de esa clase, por una calle neoyorquina que parece infinita. Y suena Stop Crying Your Heart Out, esa balada desesperada que Oasis grabó cuando ya no sabían si eran una banda o una fábrica de versiones de sí mismos.
La escena es melodramática. La canción también. Pero algo encaja. Porque Stop Crying Your Heart Out es eso: el consuelo que no consuela. La frase vacía que, en el tono exacto, se vuelve necesaria. Como el cine que no convence pero emociona.
Who Put the Weight of the World on My Shoulders? en Goal! (2005)
Oasis grabó esta canción exclusivamente para Goal!, la película que soñaba con mezclar Hollywood y Premier League. No fue un hit ni un clásico, pero encajó en ese momento en que el cine necesitaba épica para un chico que perseguía la pelota como si persiguiera el destino. La canción suena como un desahogo y como un exceso: más grande de lo que la historia pedía, pero exacta para el mito que quería contar. Oasis y el fútbol compartían lo mismo: un estadio lleno, una multitud creyendo que lo imposible todavía podía ocurrir.
Morning Glory (Dave Sardy Remix) en Goal! (2005)
El mismo film cerró el círculo con una versión remixada de Morning Glory. Nada de nostalgia pura: un Oasis procesado para la era de los soundtracks globales. Lo que en 1995 había sido arrogancia de guitarras ahora sonaba como un pulso electrónico que acompañaba goles en cámara lenta. La operación era clara: tomar el ruido del britpop y ajustarlo a la maquinaria del cine deportivo. Y, sin embargo, el efecto persistía: cada acorde repetía que la gloria no era una palabra vacía, sino un estado de ánimo.
Cigarettes & Alcohol en The Brothers Grimsby (2016)
Sacha Baron Cohen, que conoce la miseria británica mejor que muchos sociólogos, armó una parodia sobre dos hermanos enfrentados que podría haber sido directamente un biopic de los Gallagher. Pero eligió el camino más directo: ponerl Cigarettes & Alcohol de fondo. Porque no hay ironía sin rock de pub, ni sátira sin que alguien entre a cuadro caminando como Liam.
La canción acompaña una transformación: el hooligan se convierte en espía. O lo intenta. Pero el tono no es de épica, sino de carnaval decadente. Cigarettes & Alcohol es un himno a la rutina del exceso, al escapismo barato. Como los personajes de la película, no promete redención: promete otra ronda.
Live Forever en Fear Street Part Three: 1666 (2021)
¿Puede sonar Live Forever en una película de terror sobrenatural ambientada en una aldea puritana del siglo XVII? Sí. Y funciona. Porque la canción no pertenece a ningún tiempo.
Cuando suena al final de Fear Street, después de que el mal ha sido derrotado y los adolescentes se abrazan entre ruinas y cementerios, no suena como un himno. Suena como una pregunta. ¿Querés vivir para siempre? La película no responde. Pero la canción tampoco lo necesita. Está hecha para ser inmortal.

Las canciones de Oasis en televisión
Half the World Away en The Royle Family (1998–2012)
La televisión británica encontró en Half the World Away algo que Oasis nunca pensó como himno: la canción de una vida gris, resignada, hecha de rutinas. En The Royle Family, esa sitcom donde todo pasaba en un living, la melodía se volvió apertura y cierre durante más de una década. Noel Gallagher la había escrito como una confesión de hastío, como un lamento por todo lo que no ocurría. En la serie, ese tedio se convirtió en identidad nacional.
Don’t Go Away, Don’t Look Back in Anger, Little by Little, Let There Be Love en Caso Abierto (2003–2010)
Caso Abierto (Cold Case) convirtió las canciones en epitafios. Cada episodio terminaba con una muerte resuelta y una canción que cerraba la escena como si fuera un velorio laico. Con Oasis lo hizo cuatro veces.
En Don’t Go Away, el fantasma de un chico asesinado camina por el muelle donde lo mataron. La canción lo sigue, como si fuera su sombra. No hay esperanza. Hay ternura. Y un tipo de tristeza que Oasis logró patentar: la de quien no sabe pedir perdón, pero quiere quedarse un poco más.
The Masterplan en CSI: Miami (2003)
Hay algo incongruente en ver un episodio de CSI: Miami terminar con The Masterplan, la balada más metafísica de Oasis, sonando sobre un cadáver, una investigación resuelta y David Caruso poniéndose o sacándose los anteojos.
The Masterplan es la canción que Noel Gallagher escribió para demostrar que no necesitaba una banda. Y CSI: Miami es la serie que se hizo para demostrar que no necesitaba guion. Aun así, durante unos segundos, coinciden. El estribillo resuena: Say it loud and sing it proud today. Como si el asesino hubiera sido atrapado no por la evidencia, sino por la fe.
Wonderwall en Lost (2006)
Charlie (Dominic Monaghan) canta Wonderwall en la calle. Llueve. Desmond lo mira desde lejos, en una línea temporal que ya no existe. En Lost, donde todo es misterio y metáfora, la elección de esa canción podría parecer fácil. Pero no lo es.
Porque Charlie no canta para ser oído. Canta porque eso es lo único que sabe hacer. En un mundo donde las islas viajan en el tiempo y los muertos caminan, Oasis suena como una prueba de que alguna vez hubo algo real. Aunque fuera una canción que todos aprendimos de memoria y después intentamos olvidar.
Falling Down en East of Eden (2009)
Oasis sonando experimental: Falling Down: con su batería espaciada, sintetizadores narcóticos y su letra abstracta, parecía la canción de una banda que estaba por empezar, no por terminar.
Que haya sido elegida como opening de un anime japonés sobre terrorismo, conspiraciones y amnesia es lógico. En East of Eden, la canción no acompaña una historia. La anuncia. Como si el caos de ese futuro distópico ya estuviera contenido en la cadencia entumecida de la voz de Noel.
Oasis, por fin, sonaba como el futuro que siempre dijo despreciar.
Wonderwall en Girls (2012–2017)
Hay covers que no son versiones: son confesiones. En Girls, Hannah canta Wonderwall en la bañera, para sí misma, en voz baja, sin intención de provocar nada. Hasta que Jessa entra, llorando. No hablan. No se abrazan. Solo existe esa canción, cantada mal, sin ritmo, sin gracia. Pero con sentido.
Ahí está la diferencia. Es una escena sobre la necesidad de cantar algo cuando no se puede decir nada. Wonderwall aparece como aparece siempre en la vida real: cuando ya no queda otra cosa. No porque sea profunda. Sino porque es inevitable.
Acquiesce en Black Mirror: Hated in the Nation (2016)
El episodio más político de Black Mirror cerró con Acquiesce. La historia había mostrado un país devorado por las redes sociales, por la furia anónima, por el odio colectivo. Y justo ahí, donde no quedaba nada, sonó una canción que hablaba de fraternidad imposible: “we need each other, we believe in one another”. Acquiesce, que Noel y Liam siempre cantaron juntos, entró como un recordatorio involuntario: incluso en un mundo apocalíptico, el eco de una banda quebrada podía sonar como reconciliación.
Champagne Supernova en Twisted Metal (2023)
Champagne Supernova: Siete minutos y medio de desborde lírico, delay psicodélico y preguntas sin respuesta. ¿Cómo puede alguien estar atrapado bajo una supernova de champagne? Nadie sabe. Pero cuando suena, todo se suspende. Incluso John Doe (Anthony Mackie) –el lechero de Twisted Metal–, y esa autopista que parece no tener fin queda envuelta en reverb, en nostalgia, en una épica que no le pertenece. Como si la canción pudiera convencerte de que esos autos, ese apocalipsis, ese clown killer, esconden algún sentido cósmico entre el absurdo y el gore.

Oasis en cine y televisión: Canciones que desbordan la pantalla
Muchas películas les deben a Oasis más de lo que quieren admitir. Les deben clímax, transiciones, silencios que se llenaron con guitarras. Les deben la ilusión de haber tenido un momento verdaderamente emocional cuando en realidad solo tenían una buena canción.
Hay películas que se entienden mejor cuando suena Live Forever. Hay escenas que resisten la ridiculez solo porque entró Stop Crying Your Heart Out en el momento justo. Hay personajes que parecen tener una historia detrás solo porque alguien pensó que The Masterplan podía mejorar el plano.
Oasis no es una banda sutil. Pero lo que hace su música –incluso cuando se vuelve un hit redundante– es amplificar. Toma lo que está y lo lleva al extremo. Le da volumen a la tristeza, épica al fracaso, nostalgia a lo que no terminó de ocurrir.
Por eso sus canciones siguen sonando en películas que nada tienen que ver entre sí. Porque Oasis no fue una estética: fue una intensidad. Y si el cine sabe algo, es que la intensidad lo puede todo.
Incluso mentir.
 
				 
								


