El final de 28 Years Later: Jimmy y la promesa de The Bone Temple

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28 Years Later empieza como una secuela, termina como un prólogo, y deja claro que el horror de The Bone Temple no vendrá de los infectados, sino de los que quieren volver a creer.

Con 28 Years Later volvió Danny Boyle. También volvió el virus. O mejor: nunca se había ido. Volvió el miedo al contagio, al otro, al hijo, al padre. Volvieron los infectados. Volvió Inglaterra reducido a una isla, a un campo de concentración biológico. Pero, sobre todo, volvió la idea de que después del fin del mundo puede haber algo peor: un comienzo.

La película es la primera parte de una trilogía. Porque 28 Years Later no es solo una secuela de 28 Days Later. Es una demolición lenta, ambigua y elegante de todo lo anterior. También una declaración de guerra contra 28 Weeks Later, esa segunda parte incómoda que el nuevo canon prefiere dejar fuera de cuadro.

Pero lo más interesante está en el final. O en lo que se finge como final y es apenas un prólogo. Porque 28 Years Later introduce a su verdadero personaje: un niño de 40 años llamado Jimmy que se cree Dios, Rey o Teletubby. Y ahí empieza lo que vendrá: The Bone Temple.

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Alfie Williams como Spike y Aaron Taylor-Johnson como Jamie en 28 Years Later

Spike: niño, heredero, apóstata

Hasta el último tercio de 28 Years Later, el protagonista era Spike. Un chico de doce años criado en una comunidad autosuficiente y enloquecida por el orden. Padre cazador. Madre moribunda. Una isla que simula paz con paredes altas y flechas de carbono. El virus está allá afuera, dicen. Acá adentro, todo está bien.

Pero Spike tiene una virtud: no cree. O cree distinto. Sospecha. La enfermedad de la madre lo empuja a cruzar la frontera, a buscar algo más allá del manual de masculinidad que le impone el padre. Esa búsqueda lo lleva al continente –una Inglaterra devastada, un fósil de sí misma–, donde conoce a otro modelo: el Dr. Kelson, una especie de Hamlet con estetoscopio que pule calaveras, recita versos y trata a los infectados con la dignidad que nadie le reserva a los sanos.

Ahí Spike elige. Rechaza la fuerza, abraza la duda. Rechaza al padre, abraza la madre. Rechaza el dogma, abraza la ciencia. Kelson lo ve y lo entiende: ese chico puede ser otra cosa. Otra clase de hombre.

Y entonces aparece Jimmy.

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Jack O’Connell como Jimmy en el final de 28 Years Later

El final de 28 years Later: Quién es Jimmy

Jimmy es el chico del prólogo. El que vimos, hace hora y media, escondido en una iglesia mientras su padre –pastor y fanático– se entregaba feliz a los infectados, con cruz dorada al cuello y mirada de Apocalipsis.

Ahora Jimmy (Jack O’Connell) es grande. Tiene la edad que tendría su padre muerto. Es líder de una secta de clones rubios con jogging de terciopelo y nombres iguales. Jimmy Ink. Jimmy Fox. Jimmy Shite. Todos son Jimmy. Y todos lo siguen.

Lo que importa no es solo que Jimmy haya sobrevivido. Es cómo lo hizo. Tomó el trauma y lo convirtió en dogma. Tomó la imagen de su infancia y la congeló en una alucinación colectiva. Donde otros fundan iglesias, él fundó un culto-pop con colores primarios, dientes de oro y coreografías gore. Su traje es púrpura, como Tinky Winky. Sus seguidores visten como Laa-Laa, Dipsy y Po. La música final es una versión heavy metal del tema de los Teletubbies.

Pero no es parodia. Es horror. Porque lo que Jimmy trae no es nostalgia, sino patología. El pasado convertido en forma de gobierno. El niño que fue, convertido en dictador estético. Jimmy no quiere salvar el mundo: quiere revivir el momento exacto en que se rompió. Repetirlo. Repetirlo. Repetirlo. Como en la TV infantil. Como en la historia británica.

El Reino de Jimmy

En esa última media hora, 28 Years Later deja de ser una película de infectados para convertirse en una teología degenerada. Jimmy no solo lidera. Juzga. Castiga. Su nombre aparece al lado de cadáveres colgando boca abajo. Su territorio está marcado por cruces invertidas, por graffitis tribales. Tiene doctrina. Tiene fieles. Y cuando Spike lo encuentra, cuando el chico bueno que buscaba cura se topa con este Mesías punk, el relato da un giro: ya no se trata de sobrevivir. Se trata de elegir a quién seguir.

Y esa es la pregunta que 28 Years Later deja abierta para The Bone Temple: ¿quién guía el futuro? ¿El científico solitario con huesos pulidos? ¿El padre con arco y furia? ¿El niño-dios en jogging violeta? ¿O Spike, que todavía no decide?

Porque Spike será el protagonista de la trilogía. En él se proyectan todas las posibilidades. Puede ser heredero de Kelson, de Jamie, de Jimmy. Puede fundar una comunidad, destruir otra, salvar una tercera. Puede ser hombre, puede ser mito. Puede ser el puente entre el mundo de los vivos y el del virus.

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28 Years Later

Kelson: ciencia, muerte, redención

Entre tantos delirios, el personaje de Ralph Fiennes aparece como centro moral. Un tipo rodeado de calaveras que, sin embargo, es el más lúcido. Kelson trata a los infectados como humanos, honra a los muertos, evita la violencia. Es lo opuesto a Jimmy. Es lo opuesto a Jamie. Y es, tal vez, lo que Spike necesita ser.

Su templo –el de huesos– es literal y simbólico. Un monumento a la finitud. A la memoria. Una catedral hecha de muerte que enseña, como decía Borges, que somos tiempo. En The Bone Temple, Kelson volverá. Y con él, la tensión entre razón y fe, entre ciencia y mito, entre pasado y repetición.

The Bone Temple: La secuela como amenaza

Lo más perturbador de 28 Years Later es que no se contenta con dar miedo. Quiere dejar heridas. No explica nada. Todo lo importante –Jimmy, Kelson, la bebé nacida de una infectada, la cruz invertida, los Jimmys, el destino de Spike– queda suspendido, como pregunta, como posibilidad, como amenaza.

Las trilogías suelen tener primeros actos contenidos, con conflictos internos resueltos. Acá no. Acá todo queda abierto. Boyle y Garland ya imaginaron lo que viene.

Y lo que viene, si le creemos a Garland, es una película sobre “la naturaleza del mal”. Si 28 Years Later fue sobre la familia, The Bone Temple será sobre el culto. Sobre el fanatismo. Sobre la religión como teatro del poder. No será sutil. No será amable. Pero, con suerte, será necesaria.

Un país llamado trauma

28 Years Later es una película sobre el Reino Unido. No porque todos los personajes sean británicos (lo son), ni porque el virus esté contenido ahí (lo está). Sino porque es una metáfora sucia y feroz del país pos-Brexit, pos-COVID, pos-memoria.

Los habitantes de Holy Island viven como en el siglo XVI. Rechazan la modernidad. Rechazan el afuera. Rechazan la complejidad. Quieren cazar, criar, rezar. Pero ese mundo es una ficción. La infección está en ellos, aunque la nieguen. El país, como la infancia de Jimmy, es una ruina que se cree fundación.

Y ese es el conflicto central: la nostalgia como forma de violencia. El pasado como prisión. La repetición como enfermedad.

Al final de 28 Years Later, Spike queda solo. Ha perdido a la madre. Ha dejado al padre. Ha conocido al científico. Ha mirado a los infectados a los ojos. Y ahora, frente a Jimmy, no sabe qué hacer. Jimmy le ofrece familia, color, orden, sentido. Es tentador. Porque después del horror, hasta la locura organizada parece un hogar.

Y ahí termina 28 Years Later. No con una resolución, sino con una elección pendiente. Con un niño mirando a otro que fue niño y ahora es dios. Con la historia en pausa. Con la sangre secándose en una pared.

The Bone Temple llegará en el año que viene. La dirige Nia DaCosta. Lo escribe Garland. Vuelven Spike y Kelson. Jimmy será más que un cameo. El culto tendrá templo. La ciencia tendrá respuesta. O no.

Mientras tanto, 28 Years Later deja una certeza incómoda: no hay cura para el virus del pasado. Solo se puede elegir qué hacer con él. Repetirlo. Disfrazarlo. Convertirlo en religión. O, con suerte, enterrarlo con los huesos mirando al sol.

Pero para eso, claro, hace falta que alguien elija.

Y que no se llame Jimmy.

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