Si 28 Days Later fue el inicio y 28 Years Later es el renacimiento, entonces 28 Weeks Later es el cuerpo enterrado en el jardín, con una lápida sin nombre. Danny Boyle fue impreciso sobre si su nueva película es una continuación directa de su clásico de zombis de 2002 o si reconocerá los eventos de la secuela de 2007. Y sin embargo, ahí está: 28 Weeks Later (Exterminio 2) no solo sostuvo el mundo que Boyle y Garland inventaron, sino que lo ensució, lo volvió más ambiguo, más cruel, más real.
28 Weeks Later no es una película de terror zombie: es un tratado sobre la gestión del pánico, un manual de instrucciones para entender cómo los Estados modernos procesan el caos cuando las cosas se salen de control. Dirigida por Juan Carlos Fresnadillo, con guion propio, y apadrinada de lejos por Boyle y Alex Garland, la película no se limita a continuar la historia de 28 Days Later: la infecta con algo nuevo y después se sienta a mirar cómo se descompone.
28 Weeks Later: La estética del colapso
28 Weeks Later empieza, como todas las buenas historias, con una traición. Don (Robert Carlyle) sobrevive al apocalipsis encerrado con su mujer Alice (Catherine McCormack) en una granja. Cuando los infectados llegan, Don corre. No mira atrás. Corre. Elige salvarse en lugar de salvar a su esposa. Ahora vive en esa zona gris donde habitan los cobardes que sobreviven: ni héroes ni villanos, apenas funcionarios de su propia supervivencia.
28 semanas después, Londres está vacía. El Reino Unido, limpio. Los norteamericanos llegan con su orden militar, su moral blindada y su convicción de que pueden hacer lo que quieran en tierra ajena. Porque para eso creen que son los guardianes del mundo: para ayudar. Para reconstruir. El Distrito Uno, en la Isla de los Perros, es el primer intento: una zona segura, libre de infectados, donde los civiles pueden volver a algo parecido a la normalidad.
Pero el problema con los virus es que no reconocen fronteras ni banderas. Los virus son la forma biológica de la venganza.
Cuando la zona segura se convierte en zona infectada, 28 Weeks Later muestra su naturaleza política: los protocolos de seguridad se transforman en máquinas de matar, la protección civil se convierte en exterminio organizado. El miedo –como siempre– justifica la barbarie. Idris Elba es el general que no duda en ordenar la matanza de civiles. Porque si no se puede controlar, se destruye.
Los francotiradores disparan a todo lo que se mueve, los soldados cumplen órdenes porque obedecer es más fácil que pensar (el soldado de Jeremy Renner y la médica en jefe de Rose Byrne son los únicos héroes de la película; los demás personajes son sobrevivientes muriendo un poco más con cada decisión). Todo eso sucede con brutalidad controlada, con esa asepsia burocrática que caracteriza a las democracias modernas cuando deciden reprimir.
El virus, claro, es una metáfora. En la primera película era la furia como condición humana. En 28 Weeks Later, es algo más incómodo: el colapso del poder. La inutilidad del orden. El autoritarismo como enfermedad autoinmune. La reconstrucción como maquillaje sobre una herida gangrenada.
El resultado es lo que Harold Pinter hubiera llamado un “acto de gestión humanitaria con napalm”. Una vez que el virus vuelve a propagarse, la respuesta es la misma de siempre: más control, más vigilancia, más fuego. Más cadáveres.
28 Years Later y el olvido de 28 Weeks Later
La última escena de 28 Weeks Later nos lleva a París. El virus ha cruzado el canal. El Brexit, pero con más sangre.
Y sin embargo, 28 Years Later, la tercera entrega, decide ignorar esta escena y la película queda relegada al limbo de las secuelas no oficiales. Como si los errores pudieran eliminarse del canon solo porque son incómodos. Pero 28 Weeks Later está ahí, latiendo. Como el virus. Como el miedo. Como una advertencia que nadie quiere escuchar.
Porque si algo queda claro al volver sobre esta película es que su verdadero tema no es el virus, ni la reconstrucción, ni siquiera el horror: es el fracaso. El fracaso de los adultos, de los gobiernos, de las instituciones. El fracaso de la humanidad como proyecto. Y en ese sentido, 28 Weeks Later es, quizá, la más honesta de las tres.
No es una película perfecta. Tiene sus excesos, sus subrayados, sus momentos de efectismo. Pero es una obra política disfrazada de pesadilla. Y eso la hace necesaria.
Veinte años después, cuando el mundo volvió a sentir la fragilidad de sus sistemas, cuando el encierro y la paranoia se volvieron rutina, 28 Weeks Later dejó de ser ciencia ficción. Se convirtió en diario íntimo. En profecía autocumplida.
Y como toda buena profecía, no sirve para evitar el desastre. Solo para entender, demasiado tarde, por qué pasó.