Tron: Ares debutó en la taquilla norteamericana con 33,5 millones de dólares, una cifra insuficiente para un proyecto que costó cerca de 180 millones de producción más una masiva inversión en marketing. El nuevo capítulo de la saga de ciencia ficción de Disney no logró expandir su público más allá del nicho masculino adulto y repitió el patrón de sus antecesoras: entusiasmo visual, escaso rendimiento económico.
En los mercados internacionales, la recaudación de Tron: Ares alcanzó 27 millones, lo que lleva el total global del primer fin de semana a 60 millones. Ares se ubica así por debajo de Tron: Legacy, que en 2010 se estrenó con 44 millones en Estados Unidos. La comparación es elocuente: ni la tecnología, ni el regreso del universo digital, ni la presencia de Jared Leto lograron reactivar el interés masivo por la saga Tron.
La película, dirigida por Joachim Rønning y protagonizada por Leto, Greta Lee y Evan Peters como Julian Dillinger, plantea la primera interacción entre humanos y una Inteligencia Artificial que cruza del plano virtual al real. El tema parecía oportuno, pero la recepción comercial muestra que la oportunidad narrativa no se tradujo en convocatoria.

Tron: Ares y la fatiga de las secuelas de ciencia ficción
El fracaso relativo de Tron: Ares no es un hecho aislado. Desde hace años, el género de ciencia ficción enfrenta un límite de taquilla fuera de las marcas establecidas. Blade Runner 2049, una gran película que intentó relanzar el evangelio cyberpunk de Ridley Scott, abrió con 32,7 millones en 2017, y Furiosa, la última expansión del universo de Mad Max, debutó con 26,3 millones.
Tron: Ares reproduce esa lógica: un proyecto costoso, un marketing agresivo y una audiencia que responde con moderación. El interés se concentró en los formatos premium –67% de las entradas se vendieron para salas IMAX, 3D o ScreenX–, lo que confirma que el atractivo principal fue visual. Sin embargo, la base de espectadores no se amplió: solo el 30% del público tenía menos de 25 años y el 68% fueron hombres.
A diferencia de Star Wars o Avatar, Tron nunca consolidó un mito. El original de 1982 fue un fracaso comercial que solo más tarde alcanzó estatus de culto. Tron: Legacy, estrenada casi tres décadas después, tuvo un resultado aceptable, pero no suficiente para justificar una continuación inmediata. Tron: Ares intenta rescatar esa herencia digital en una era dominada por la IA, pero el resultado evidencia una desconexión entre ambición tecnológica y relevancia emocional.

Tron: Ares y la estrategia de marketing más cara del año
Disney apostó por una campaña global que integró eventos deportivos, videojuegos y colaboraciones con marcas tecnológicas. Lightcycles en estadios de la NFL, activaciones con MrBeast, alianzas con Adidas y Asus, experiencias inmersivas en ciudades: todo se orientó a convertir Tron: Ares en una experiencia transversal.
El esfuerzo no se reflejó en los números. La película se mantuvo por debajo de las proyecciones iniciales, que oscilaban entre 45 y 50 millones en el mercado doméstico. Analistas de la consultora Franchise Entertainment Research atribuyen la caída al estancamiento del interés durante los diez días previos al estreno. Aun así, el filme obtuvo un B+ en las encuestas de CinemaScore, una calificación que indica satisfacción moderada, sin entusiasmo.
La comparación con Blade Runner 2049 vuelve a aparecer: mismo rango de presupuesto, misma fecha de estreno, mismo descenso en la taquilla. Ambas películas comparten una paradoja: aspiran a actualizar una estética del pasado con herramientas del presente, pero el público parece percibirlas como productos de museo.

Un síntoma del mercado
El caso de Tron: Ares se inscribe en un contexto general de debilitamiento del box office norteamericano. El fin de semana completo apenas superó los 72 millones de dólares, un millón menos que el mismo período del año anterior. Ni el nuevo filme de Channing Tatum, Roofman, con 8 millones, ni el musical de Jennifer Lopez, El Beso de la Mujer Araña, con 840 mil, lograron atraer a las audiencias.
La industria atraviesa una transición de hábitos: el espectador mide el costo de la entrada frente al valor percibido de la experiencia. El modelo del blockbuster como evento parece perder consistencia frente a la oferta doméstica de streaming y a un público que selecciona menos títulos, pero con mayor expectativa. Tron: Ares aspiraba a ser el impulso de la temporada de otoño; terminó confirmando que el riesgo financiero del espectáculo digital ya no garantiza el regreso de las masas.
 
				 
								


