En tiempos donde el cinismo domina el discurso público y la bondad se interpreta como ingenuidad, la figura de Superman vuelve al cine bajo la dirección de James Gunn. El personaje ya no aparece como un salvador impoluto, sino como un emblema de una ética incómoda: hacer el bien sin negociar con el mal. Gunn no disimula sus intenciones. “Superman es la historia de Estados Unidos”, dijo en una entrevista con The Times U.K.. “Un inmigrante que vino de otro lugar y pobló el país. Pero para mí, sobre todo, es una historia que dice que la bondad humana básica es un valor, y es algo que hemos perdido”.
Superman, que se estrena el 11 de julio, está protagonizada por David Corenswet como Clark Kent y Rachel Brosnahan como Lois Lane. El personaje aparece ya integrado al Daily Planet y en pareja con Lois, cuando una serie de conflictos internos y externos lo obligan a rearmar su lugar en el mundo. A su alrededor, el contexto se vuelve adverso: el público desconfía, los gobiernos se debaten entre utilizarlo o rechazarlo, y Lex Luthor –convertido en magnate tecnológico y encarnado por Nicholas Hoult– encuentra una oportunidad de escalar. Entre la obligación de intervenir y la presión por justificar cada gesto, el conflicto de Superman ya no es con los villanos: es con la época.

Superman como relato político de la era Trump
El enfoque de James Gunn recupera el origen migrante de Superman pero lo sitúa en el presente de la era Trump. Hijo adoptivo de la Tierra, su historia es leída ahora desde otra urgencia: la del rechazo. En su nuevo contexto, su bondad lo convierte en sospechoso. “Sí, es sobre política”, reconoció Gunn, “pero en otro nivel es sobre moralidad. ¿Nunca matás pase lo que pase –que es lo que cree Superman– o tenés algún equilibrio, como cree Lois? En realidad es sobre su relación, y sobre cómo distintas opiniones sobre creencias morales básicas pueden separar a dos personas”.
Superman expone esa tensión como núcleo dramático. Lois y Clark no discuten sobre el futuro, sino sobre el presente: cómo actuar frente al odio, frente al poder, frente a la muerte. Gunn elige no disimular la incomodidad. Y reconoce que la película puede provocar lecturas diferentes según el público: “Sí, se percibe distinto. Pero trata sobre la bondad humana, y obviamente va a haber idiotas que no son amables y que se ofenderán solo porque trata sobre la bondad. Que se jodan”.
En esa fricción, el relato se aleja del espectáculo puro y asume una intención política sin convertirla en consigna. Superman no aparece como portavoz, sino como excepción: alguien que insiste en sostener un principio que ya no cotiza.

Superman: La bondad como resistencia cultural
James Gunn no oculta el malestar que lo impulsó a escribir esta versión del personaje. En su mirada, no es sólo el mundo lo que se volvió hostil: también lo hicieron las personas. “Este Superman parece llegar en un momento particular, cuando la gente siente una pérdida de esperanza en la bondad de los otros”, explicó. “Estoy contando una historia sobre un tipo que es excepcionalmente bueno, y eso se siente necesario ahora porque ha surgido una mezquindad debido a figuras culturales que son crueles en línea”.
Ese malestar no se expresa como denuncia, sino como síntoma. “Y me incluyo en esto. Es ad infinitum: millones de personas teniendo rabietas en línea. ¿Cómo se supone que avancemos como cultura? No sabemos qué es real, y ese es un lugar realmente difícil para la mente humana. Si pudiera presionar un botón para hacer que internet desaparezca, lo consideraría”.
Frente a esa distorsión, el nuevo Superman actúa como una figura de contraste: no combate el caos, sino la resignación. No busca imponer un orden, sino defender un principio. No mata. No insulta. No se justifica. Y en ese gesto –que durante décadas pareció un lugar común– aparece lo más incómodo del personaje: su coherencia.
“Yo no hago películas para cambiar el mundo”, aclaró Gunn. “Pero si unas pocas personas pueden ser solo un poco más amables después de verla, eso me haría feliz”.
 
				 
								


