Crítica Black Panther: Wakanda Forever | El duelo continúa

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Wakanda Forever se construye sobre una ausencia y revela las tensiones entre el homenaje, la expansión del universo Marvel y el legado de los cuerpos negros en pantalla. Un film que intenta cerrar sin poder detenerse.

Cuando una franquicia pierde a su protagonista, el impacto no es solo narrativo sino también simbólico. Black Panther: Wakanda Forever se configura desde ese hueco: no hay reemplazo para T’Challa porque no hay reemplazo para Chadwick Boseman. La muerte del actor reordena toda la arquitectura del film, que se convierte en una operación compleja entre homenaje, continuación y reorganización industrial. Lo que aparece en escena está dominado por lo que falta: la narración se pliega sobre la ausencia y la transforma en motor.

Para comprender el peso de esta secuela, es necesario volver a la primera entrega. Estrenada en 2018, Black Panther fue un fenómeno cultural sin precedentes para el MCU. No solo por su éxito comercial y su impacto en la taquilla global, sino por lo que representó: la afirmación de una identidad negra empoderada, tecnológica y soberana, en un género dominado por protagonistas blancos. La dirección de Ryan Coogler, ya entonces con una visión clara y consciente de la carga política de su obra, consolidó una estética afro-futurista que combinaba mitología, historia y modernidad. Wakanda se volvió un símbolo. Y su rey, T’Challa, una figura de representación para nuevas audiencias.

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Lupita Nyong’o como Nakia en Black Panther: Wakanda Forever

Black Panther: Wakanda Forever | Entre el duelo y el legado

Desde su primera secuencia, Wakanda Forever marca una diferencia con otros relatos del MCU: la muerte no es un fuera de campo, ni un dato funcional al desarrollo. Es el eje central. La película abre con el intento de Shuri (Letitia Wright) por salvar a su hermano con tecnología, una operación que fracasa y deja en claro los límites de la ciencia. La pérdida es también el límite del relato superheroico como género omnipotente. El duelo obliga a una pausa, aunque sea breve, en una maquinaria narrativa diseñada para no detenerse.

La ausencia de T’Challa convierte a Shuri como personaje central. La científica que había sido cómica y secundaria en la primera entrega queda desplazada a un lugar protagónico que no ocupa por herencia, sino por vacío. Su camino no es tanto el de la sucesión como el de la transformación. El film la acompaña en un proceso de duelo no del todo cerrado, que recorre la negación, la rabia y la venganza antes de alcanzar una forma de continuación. Su enfrentamiento con Namor, el antagonista que irrumpe desde Talokan, funciona como espejo: otro imperio oculto, también forjado por el trauma colonial, también dispuesto a la violencia para sobrevivir.

Namor, interpretado por Tenoch Huerta, introduce una dimensión histórica hasta ahora inexplorada en el MCU. Su origen, vinculado a la conquista española y a las migraciones forzadas, instala una línea de lectura que excede el universo Marvel: dos naciones invisibilizadas (Wakanda y Talokan) disputan el control simbólico y material del vibranium, el recurso que redefine las relaciones de poder. Si el mineral era en la primera película un símbolo de resistencia afro, ahora se convierte en elemento geopolítico global. Estados Unidos intenta apropiarse de él, y en ese gesto se reactiva el conflicto central: qué significa tener poder y qué se debe hacer con él.

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Dominique Thorne como Riri Williams en Black Panther: Wakanda Forever

Wakanda Forever: Riri Williams, el relevo generacional en el MCU

La historia de Wakanda Forever también presenta a Riri Williams, una joven inventora que sin saberlo construye una máquina capaz de detectar vibranium. Su participación tiene varios niveles: es el catalizador del conflicto con Talokan, es el puente con el legado tecnológico de Tony Stark, y es el emblema de una nueva generación que comienza a ocupar el centro del relato.

Riri es Ironheart, aunque su traje todavía no tenga ese nombre en pantalla. Como Tony, es genio, estudiante del MIT, y construye su primera armadura con piezas robadas. Pero su experiencia es distinta: mujer, joven, afroamericana, sin respaldo económico ni institucional. En los cómics, su origen está ligado a la desaparición de Iron Man tras Civil War II. En el MCU, su inclusión es más indirecta, pero no menos significativa.

Wakanda Forever establece una línea de continuidad generacional dentro del MCU. Con la salida de actores clave (Downey Jr., Evans, Johansson), Marvel necesita reorganizar su galáxia narrativa. La Fase 4 y la actual Fase 5 funcionan como transición: lo que antes estaba centrado en figuras adultas y masculinas, ahora se redistribuye en nuevos personajes más jóvenes, racializados, con trayectorias distintas. Riri, Yelena Belova, Kamala Khan, Kate Bishop, America Chavez: todas son hijas simbólicas de una generación anterior que ya no está. En este punto, Wakanda Forever no solo narra un duelo, sino que lo vuelve dispositivo de renovación.

A nivel formal, Wakanda Forever alterna momentos de sobriedad emotiva con secuencias de acción que responden al modelo Marvel. Ryan Coogler intenta sostener una línea autoral dentro de los límites de una megaestructura industrial. La muerte de Ramonda, el ritual final en la playa, la escena post-créditos con el hijo de T’Challa: son escenas que buscan restaurar un tipo de emocionalidad que no es habitual en el universo compartido. Pero esa apuesta convive con la necesidad de avanzar hacia nuevas entregas. La guerra entre Wakanda y Talokan, la introducción de personajes futuros, la preparación para la serie Ironheart: todo indica que el duelo no puede durar demasiado.

Ahí está la tensión central de Wakanda Forever: la necesidad de construir un cierre simbólico en un universo que no tolera finales. Marvel, como estructura narrativa, está diseñada para expandirse, no para clausurar. Wakanda Forever es una excepción relativa: propone un momento de pausa, pero lo inserta en una dinámica que lo desborda. Su duelo es real, pero su resolución es temporal. La maquinaria debe seguir.

Wakanda Forever es un film de transición, pero no solo en términos industriales. Es una película sobre el pasaje, sobre lo que ya no está y lo que todavía no se consolida. Su potencia no está en la acción, ni en la espectacularidad, sino en esa zona gris que abre cuando reconoce que incluso los superhéroes no pueden escapar del duelo. Esa es su mayor afirmación política: mostrar que el poder, sin duelo, no tiene sentido. Y es también una afirmación coherente con el cine de Coogler, que desde Fruitvale Station y Creed ha buscado llevar historias negras a la pantalla, no como excepcionalidad sino como norma, con personajes complejos, dolientes y conscientes de su contexto.

Tráiler de la película:

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